Desde que lo escuché por primera vez, dos por tres me pongo a bailarlo sola... aunque no esté sonando más que en mi cabeza.
(Dedicado a Voncita en su cumpleaños, con mis mejores deseos de un año sabático a pleno... y porque me encantaría que volvamos a bailar y saltar juntas cuando el postparto sea un recuerdo ;-) )
Tengo una constelación de ronchas en el brazo. La piel me arde un poco, me quema. Hoy lloré leyendo el diario y todavía no me acostumbro a este reencuentro, con esa sensibilidad alejada hace unos meses a manotazos para no sentirme vulnerable o mala. Ahora me siento peor con mi conciencia cuando camino por la calle y tengo que ignorar una mano extendida, pero me siento mejor conmigo misma porque me estoy haciendo caso. El "no puedo" es real. El "no tengo" también. No es que doy la vuelta a la manzana y me compro una Coca-cola o un libro. Doy la vuelta a la manzana y sigo tan pobre como antes. Voy caminando a montones de lugares porque no tengo otra manera de llegar. Y está bien así. El tiempo es mío, mío. El cansancio y la satisfacción de hacer las cosas lo mejor que se puede es mía, también. Me duelen el cuerpo, las piernas. Todavía no recibo ese llamado que tanto espero, que tanto necesito. Me siento ignorada, insignificante. Ninguneada de a ratos. Y soy tan feliz. Incómodamente feliz. Sin suspicacias, sin nada de más, sin un extra para festejar el Día de los Enamorados. Feliz.
Tengo esa satisfacción un poco rara de la decisión inamovible y del panic attack ignorado deliberadamente. Estoy probando envolverme de nuevo en las blandas nubes del karma. Estoy intentando que no se me escape ni una gota de hiel, y lo consigo. Ni un poco de envidia. Ni un pensamiento frustrado o frustrante... Ni un déjà vu revanchista, nada. Es tan bueno.
Me resulta rara la sensación de serenidad justo en estos días en los que estuve tan border. Y después de todo eso, extrañar.
Extrañar evocando (poquito, mucho) es como una peste que te consume lento, una pupa de la infancia, esa cascarita que siempre querés rascarte hasta sangrar, una y otra vez.
Extrañar de esa manera rara, no angustiosa... sino amorosa. De esa manera que es plena y sin susceptibilidades. Tratando de entender y de que me entiendan. No sé si soy difícil. Sí sé que soy esquiva. Quizá me quede sola, quizá me canse de buscar excusas para no abandonar este camino. Quizá algún día entiendan que soy del que me encuentra, del que pide, del que se gana mis ganas. No quiero menos por buscar menos encuentros. ¡No puedo! Me encantaría tener todo el tiempo de antes. La predisposición es la misma, la gente y las obligaciones cada vez son más.
¿Molesto? ¿No molesto? ¿Me necesitan? ¿Me extrañan? ¿Debo ir? ¿Dejar que vengan? Por ahora sólo estoy preparando un equipaje ligerito para viajar rumbo al abrazo de mis necesidades más inmediatas. Espero que quieran que las atienda, que las mime... Que sigan queriendo jugar conmigo, dejarme mirarlas o escucharlas. Quiero ser digna de estos pocos afectos. No puedo pensar en mucho más que en ellos estos días.
Otra semana pasó. Sigo ansiosa, con pocas noticias relevantes y todo por esperar, aunque no sé bien si estoy haciendo bien en esperar algo ya. Muchas ideas que brotaron el año pasado van cerrando, y me despierto a la mañana preguntándome si merezco tener tanta gente atenta a mi alrededor. ¡Si yo no hice nada! Lo juro...
Mientras, ayer me fui a llorar al Abasto con "The Wrestler", la película de Darren Aronofsky que se llevó el León de Oro en el último festival de cine de Venecia y que, Oscar o no Oscar, ya es consagratoria para Mickey Rourke por motivos que de sobra explica Reynaldo Sietecase en este artículo de Crítica, muy bueno.
Ya que estoy, les recomiendo este dossier pequeñín que está colgado al respecto en Cine y Medios. Como para tener una pequeña referencia.
Uno de los mayores méritos de esta película es que el espectador puede encontrarle mucho mérito aún sin estar empapado en el tema. Pero si tienen ese plus (algún ocasional lector de este blog, seguramente), la apreciarán mucho más. Inmensamente más. ¿Por qué? Porque Aronofsky y su guionista, Robert Siegel, hacen lo que nunca hizo nadie: seguir al hombre. Hay una dimensión dramática tan pesada detrás del negocio del catch, que parece mentira que nadie la haya llevado al cine antes. "The Wrestler" es una película que no tiene picos, no tiene clímax a la vista. Pero no es una película chata. Todo te pasa por enfrente: la crítica a la industria que, detrás del espectáculo, se devora a sus personajes. Los tipos que no conocen otra forma de vivir. La adicción al reconocimiento ajeno. La nostalgia de haber sido y el dolor de ya no ser. Los golpes que no se ven y aquellos que se pagan a largo plazo con la vida. Todo en poco más de una hora y media, y dejando espacio para otros dramas. Un capo, Aronofsky. Acá le hacemos el aguante desde "Pi" y hasta que se jubile, por más que bardeen a "The Fountain" y prefieran emocionarse con "Marley and Me" (si dicen que lo de Rourke es golpe bajo, esperen a ver el cuento del perrito...).
La frase que resume todo: "Cuando eliges quemar la vela por ambos extremos hay un precio a pagar". ¿Demagogia? Para nada. Tiene sentido. Imposible escuchar esa frase y no acordarse de los sábados de WWE, de RAW, de Smackdown. De todo ese mundo que me era desconocido y al que me asomé primero con indiferencia, para después volverme una aficionada más. Aficionada antropológica, sensible, vulnerable, pero aficionada al fin. De esas que se sabía por ósmosis hasta los precios de las plateas en el ringside.
Imposible no acordarse de Eddie Guerrero, de Owen Hart, de los ignotos que se mueren a puñados tratando de llegar a la cima. Cómo no me voy a acordar, si hasta lloré cuando los diarios y los noticieros salpicaron el horror de Chris Benoit, un tipo al que no importaba cuántas veces lo vieras pelear, siempre te daban ganas de abrazarlo porque parecía incapaz de matar a una mosca. Pienso en esa vela consumida y veo la cara de las estrellas de la WWE de McMahon diciendo su adiós en cámara. Demasiado conmocionados para recordar, demasiado asustados para hablar. Muchos, quizá, pensando en su propio futuro si persisten en el abuso de esteroides y otras drogas duras. Pero todos, absolutamente todos, continuando en ese camino que eligieron sin un solo día de duelo por el compañero muerto o por las circunstancias de esa muerte. Show must go on, road must go on. Un camino incomprensible y masoquista donde el aplauso parece tan pobre, la guita tan poca cosa al lado de lo que se arriesga y se pierde.
Les dejo, entonces, este post lleno de links referidos y la más ardiente de mis recomendaciones para que vayan a verla. Lo vale. Cada minuto, hasta ese increíble tema final.
Qué diablos. Les dejo el trailer, también. El domingo tengo mi reunión anual con excusa de trivia de los Oscar y es mi evento más esperado del fin de semana. Buena gente, buena charla, buena música y buena comida. En ese orden, exactamente, porque puntuar sería imposible...
Escribo. Escribo. Escribo para nadie. Escribo y leo. Leo cosas que me gustan mucho, cosas que me gustan poco, cosas que no me gustan, cosas que me están cambiando la vida. Leo y escucho. Escucho y escribo. Sueño. Me despierto. Cada vivencia está escrita, o será escrita.
Escribo. Escribo hasta quedarme ciega. Hasta estrangularme. Hasta envenenarme. Hasta reir a carcajadas. Este teclado es música. Transpiro letras.
Escribo en horas de trabajo. Escribo cuando estoy caminando. Cuando estoy dormida. Cuando hablo. Cuando pienso. Cuando canto. En la cocina. En la cama, en los baños. En el recuerdo de los hoteles. Escribo en las hamacas de la plaza. Escribo con los gestos de mis manos. Escribo en el carrito del supermercado, en los bancos de piedra, en los árboles, en la ceniza, en el agua y en el cielo, en los bichos, en el pasto. Escribo en mi cara. Escribo en la tuya. Escribo en esta carne que nunca se queja de mis garabatos.
Escribo. Y leo. Para mí y para una posteridad inexistente.
Escribo porque, como tantos otros, si no hubiera escrito nunca, estaria muerta.
No era el mejor día para caminar, pero tengo que entregar una quíntuple reseña musical y un par de otros trabajitos en la semana, así que abandoné mi cómodo capullo con ventilador y circulación ventana-a-ventana y partí, auriculares en la oreja, a pensar caminando rumbo al río.
La ciudad está bastante tranquila (y además es domingo), pero apesta. El olor de la basura en descomposición te azota a cada paso, prácticamente en todas las esquinas. Se me tuerce la panza de pensar que hace apenas tres semanas estábamos en Carpintería, acampando en un lugar lleno de Tatadioses, sí (bicho que me asusta de manera irracional), pero con un aire limpio, perfectamente limpio. Y tomando agua fría directamente de la canilla a cinco metros de la carpa.
Caminé muchas cuadras escapándome de la realidad de la única manera que puedo: con música. La música me ayuda a pensar, dispara mi imaginación y cura mis ñangas. Cuando estoy en mi casa me resulta muy fácil mantenerme tranquila y contenida, pero salir a caminar por el centro de Buenos Aires en verano me exaspera un poco. Sobre todo por eso de las miradas que no se pueden evadir y las palabras que no se quieren escuchar cuando una está sensible.
Hay un par de temas que me tienen particularmente enganchada. Al primero, no puedo parar de escucharlo. Los otros dos son increíblemente pegadizos y levantones.
Aunque toda la banda sonora de Ar Rahman es increíble, no se la pierdan! Pueden bajar esa y las otras nominadas al Oscar de aquí.
Los viernes, parece ser, es un buen día para que los bloggers readeradictos encontremos eventualmente algunas joyitas que nos gusta recomendar. Porque somos muy fiacos para postear, o porque nunca hay tiempo de terminar los 20 o 30 borradores que andan dando vuelta en el administrador de este coso.
Es por esta febrilidad de viernes que les ataca a algunos bloggers, que me encontré unas cuantas joyitas y me gustaría compartirlas con ustedes.
- Gé tuvo una semana AllYouNeedIsLove y nos dejó un regalito musical en su blog.
- Volvió Milo Peopleproof, un amigo de la casa. Yo todavía estoy esperando el regreso del scrapbook de momentos urbanos... - Música para el fin de semana (no importa la fecha, sólo la buena compañia): "Iris", una bellísima banda de sonido del maestro James Horner y el violinista Joshua Bell. En Esquizo, dónde más. - La película Slumdog Millionaire, de Danny Boyle, es un highlight para que los que puedan darse el gusto de ir al cine, vayan y no se la pierdan. Emocionante, digna de verse. No sé si será la película más maravillosa y genial de la historia, pero pasa a mis imprescindibles a partir de ayer a las... 12 de la noche, ponele.
Después, también me encontré con barbaridades que no me gustaron ni un poco y me dejaron una sensación horrible de impotencia y frustración, pero elijo ignorarlos y seguir, secretamente, mi cruzada contra la intolerancia y a favor del humanismo en este blog (bueno, eso intento, che. Si de a ratos se me traba un engranaje y me salta la tanada, sepan comprender. Yo trato de querer a todo el mundo, pero lo único que me sale es no odiar a nadie).
Ojo al piojo: Esta semana también tenemos este recordatorio de Baterflai, para que quienes tengan la posibilidad de ayudar a Tartagal acerque su colaboración al lugar señalado (los que vivan por San Telmo), o bien a la Casa de la Provincia de Salta (Av. Roque Sáenz Peña 933, teléfonos 011-4326-2456 al 59)
Como estoy teniendo una temporada muy Marillion, dejo un tema alusivo que pega con el título y todo.
Viví como quieras vivir. Viví como tu intuición te indique que debas vivir. Sin esperar reconocimiento, sin creer que tu vida deberia ser un ejemplo para otros o inspirar a otros. Lo que a vos te sirve puede no servir al otro. Los outsiders lo sabemos. Por eso somos outsiders.
Lo que deba ser, será. El que aprenda algo, será porque así debía ser. No te asombres si tus consejos no llegan a ningún puerto. No te alegres de ser el único que sigue su propia filosofía: no inventaste nada, y detrás de esa necesidad de ser el contrera del mundo puede haber más necedad que principios.
Por supuesto que hay otra manera de vivir que no es la de la masa (no descubriste la pólvora, justamente...), si es que tanto te aterra "pertenecer". Siempre se pertenece a un colectivo de algo. Si no, estarías viviendo en las montañas hace rato.
No sos único, no sos especial. Por escasa que sea la gente de tu palo, siempre hay gente de tu palo.
El complejo de gurú es la perdición de la gente libre.
Once años atrás yo era una pendeja recién llegada a una ciudad nueva, y como toda outsider de pueblo chico me estrenaba con montones de cosas. La verdad es que, pese a los miedos de mi madre, yo ni siquiera tomaba alcohol para esa época... Digamos que apenas dos veces al año: las únicas en que mi curso del secundario se reunía para algo, por ejemplo, en época de carrozas estudiantiles o de "serenatas".
En La Plata empecé a frecuentar gente un poco más grande que yo. Tenía dos o tres grupos distintos (pensión, facultad, amigos heredados) y salía con todos ellos. Como era de esperar, tenían aficiones e intereses muy diferentes, y me dediqué a aprender de todos. Mi cultura alcohólica empezó allí mismo, un mes después de llegar, con un melón relleno de vino tinto berreta y jugo Tang que jamás volví a repetir por asqueante.
Mi cabeza siempre fue una esponja, empecé a absorber cosas nuevas con avidez. Comics, cine, música, salidas de fin de semana, lecturas, conversaciones. Yo no tenía ningún tipo de sentido del humor ni de agilidad para el debate verbal, hasta que me crucé con toda esta gente. La tónica del grupo era la rapidez de reacciones para las respuestas, siempre sarcásticas, irónicas o ácidas. O todo eso junto. Al lado mío, eran aviones (o así los sentía yo).
Algo de mi cultura musical incipiente empezó a florecer allí. En gran parte gracias a Sebastián (que hoy es DJ y gerente de Musimundo, HOLA SEBAAAAAASSS) que es una de las personas más enfermas de melomanía que haya conocido y que tenía/tiene una manera muy extraña de compenetrarse con la música. Y también una manera muy particular de buscar artistas nuevos, que me terminó contagiando hasta volverme la esquizofónica que soy actualmente. Sebas pasaba de Stray Cats a Suede, de Air a St Germain, de Pizzarelli a Hedwig and the Angry Inch sin solución de continuidad aparente, pero cuando te sentabas a escuchar cómo había llegado de una banda a la otra, o de un artista a otro, pensabas que todo tenía lógica.
El propósito de todo este delirio es llegar a Liz Fraser. Elizabeth Fraser, una mujer con una voz capaz de sacar emociones a las piedras, tan versátil como afilada. Llegué a ella haciendo una relación zigzagueante que empezó en la banda sonora de Gladiator y terminó en Cocteau Twins (y todo el sello 4AD por extensión).
Por algún motivo que no conocemos sus fans, Liz no tiene carrera solista que incluya álbumes. Sí muchas colaboraciones, como verán. Su página web oficial está sin actualizar desde el año 2007. Sin embargo, es un verdadero placer tener la posibilidad de escuchar cada tanto un tema suelto y decir "Hey, esta voz la conozco"... para después darse cuenta que es ella, sí, la que estaba detrás de los coros de Howard Shore en "Lord of the Rings" o en esa canción inesperada que te conmueve hasta las lágrimas.
En honor a este fanatismo que me absorbe, hoy me di un empacho de videos y audios de Liz. Les dejo tres de ellos... uno de ellos es el video oficial de la canción que subí en otro post.
El último video corresponde a un tema que Liz grabó junto a Yann Tiersen para "Les Retrouvailles", es uno de los temas que me hacen soltar el moco con muchísima facilidad. La letra es demoledora. Cerrar los ojos y representarse cada palabra de Liz es terrible en días bajones. Están avisados.