domingo, septiembre 10, 2017

Aquí y ahora.

Cuando abrí los ojos, era otra. 
Me encantaría decirte que he estado ocupado, pero la verdad es que los años pasaron como trenes canta Steven Wilson. Y es que el tiempo vuela cuando te entregás al aprendizaje de vivir sin los miedos más antiguos, esos que se enroscan a tus piernas tratando de retenerte en un pozo sin fondo. Intenté no vivir para adentro. Fracasé. Intenté conseguir un mejor pasar. Fracasé. Intenté sostener relaciones asimétricas. Fallé. Todos los indicios estaban a plena luz y esta naturaleza proclive a la compasión, que a veces bordea el altruismo y a veces se despega millones de kilómetros del interés por el otro, no me permitía ver más allá de la dicotomía conformismo-inconformismo.
Antes necesitaba hacer sentir bien a todo el mundo, rellenar los silencios, barrer con las caras serias y terminar con los puteríos a fuerza de empatía. Antes era una máquina de abandonar los propios intereses (tan fluctuantes, tan polémicos) para atender los de aquellos que, según entendía, eran más firmes e importantes. Admiraba la capacidad de los demás de ir a por sus anhelos atropellando todo cuanto se cruzaba en su camino, capacidad que intenté domar desde la infancia. Antes quería tener amigos y creía que la mejor manera era estar pendiente, recordar cumpleaños, hacer confidencias y escribir larguísimos mails que rara vez recibían respuesta. Volcar lo que había en mi corazón, sentimientos que no por genuinos iban a dejar de ser mutables. Los sentimientos están ahí (o no), pero yo no soy la misma (o sí).
Soy más fría, más distante, estoy cansada y dispersa. Ocupada en gestionar el tiempo de la forma en que sea más provechosa para mí. Es el coletazo de la hiperadaptación. No sé si alguna vez esperé algo de los demás. Asumo que sí, porque por momentos me siento perdida... No, me siento abandonada. No sé cuál es mi herida. Lloré mucho estos últimos dos años, hubo meses en que no pasaba un solo día sin angustia. Comprobé que existen dos personas capaces de hacerme hablar cuando no quiero hacerlo. Puede que algún día no haya siquiera una persona y caiga en un mutismo que sólo rompan la necesidad de escribir y de cantar. Lo creo, lo pienso sin angustia desmesurada. Es un paso enorme.
No tengo ganas de expresar afecto a mansalva. No quiero desperdiciar una energía preciosa en tierra yerma. Ya no me interesa caer bien, ahorrarle a otro la incomodidad, cumplir en las fechas, cubrir roles que otros no asumen. Sí me gustaría que el afecto infantil se convierta en un estado de cortesía y tolerancia para que los frutos de mi amor complicado y errático encuentren un destinatario que sepa darles uso.
Hoy me distraen otras cosas, soy un tren a la nada, cargado de anhelos, que deja en cada paraje un pedacito más de lastre inútil. Soy un incendio que arrasa la culpa de estar viva. Vuelvo a los que vuelven una y otra vez a mí, con ganas de hablar sus verdades aunque me duelan, de escuchar lo que realmente digo y no ese barullo con el que intentaba tapar todo el dolor atragantado. Vuelvo a la impureza, juego con las fracturas sin ánimo de recomponer, en un trance de interés puramente arqueológico.


viernes, mayo 26, 2017

De cómo caminar salva

Las personas somos lenguaje. El verbal y el corporal. Hay quienes se expresan mejor con el primero. Aunque me gustaría, no es mi caso. El lenguaje que me define es el otro, el atravesado por y en el cuerpo. Nada dice más de mí que la forma en que me levanto cada mañana, los crujidos de mis huesos y el paso vivo. 
Creo que soy exactamente como camino. Creo que estoy hecha para caminar. 
Me cuesta horrores aceptar algunas cosas que no puedo modificar. El cambio y el perdón los doy por hechos. Pero esas otras voces en la base de la nuca a veces me complican. He pasado gran parte de mis horas de vigilia, durante toda la vida, intentando llenar ese rumor con otras cosas. Música, libros, ejercicio. Y comida. Muchísima comida. Pero lo que mejor acallaba el ruido era dar largas caminatas. Volvía a conectar con mi cuerpo, del que me sentía ajena la mayor parte del tiempo. Prestaba atención a cada latido, creía percibir incluso el rumor de la sangre que llegaba a mi cabeza. Soñaba despierta, escribía muchísimo al andar. Si había hecho algo malo o recibido un reproche, una buena caminata bastaba para procesar el mea culpa y el remordimiento. Si alguna situación me enceguecía de ira, trataba de salir de la escena caminando. 
Alejarme y poner distancia, fueron decisiones que nunca lamenté. Como sí lamento muchos golpes que di por no saber tomarlas a tiempo. 
La mayor parte de las ciudades que visité las conozco principalmente por recorridos a pie. Si lo pienso, abruma un poco la cantidad de veces que me detuve a hablar con extraños y caminar junto a personas que recién conocía, o que quizá no volvería a ver nunca más. Caminando somos más observadores, por ensoñados que parezcamos a cualquiera que se nos cruce. Caminar es escuchar, ejercitar la paciencia, la resistencia y la voluntad de autoconocerse. Es un gran ansiolítico, bueno contra la ira y la frustración.   
Así las cosas, camino por gratitud hacia la vida. Porque estoy viva y sana y puedo hacerlo. Camino muy cansada, cuando llueve, cuando hace calor. Camino incómoda, con la espalda dolorida y las piernas agarrotadas. Dialogo conmigo misma. Estoy pendiente del entorno, pero en lo más profundo de mí corre otra película. Los recuerdos, las fantasías proyectivas, el libro que estoy leyendo, las vivencias del día, las últimas enseñanzas. 
Mientras camino me habilito todo. La vergüenza y la culpa. La tristeza y los recuerdos. Todo aquello que me deja mal parada y desguaza la subjetividad que con tanta dificultad construyo. Si estoy pensando en algo que me genera estas emociones, canturreo y chasqueo los dedos. Qué importa si te miran los demás.  Me vacío, abstraigo cada sonido hasta alcanzar un sucedáneo de silencio. 
En el universo que se abre mientras camino no es obligatorio ser buena persona, intachable, perfecta. Soy lo que soy, lo que quiero ser y por unas horas consigo perdonarme.  
Camino en vacaciones y feriados, camino por el living entre soliloquios a la nada, camino del trabajo a casa porque cada paso me salva de mí misma y pone a trabajar mucho más que el cuerpo y la cabeza. 
Camino para mantener un universo en movimiento.

domingo, abril 16, 2017

Viajar liviana.

Vuelvo al blog cada vez que siento que no quedan más refugios virtuales a la realidad sin infiltrar con cuestiones que deberíamos defender voz y cuerpo presentes. Vuelvo a mis papeles cada día porque sé que el destino del papel es degradarse y arder, como los cuerpos y la mente, y no quiero otro destino para mi palabra. Vuelvo a casa porque he crecido y devenido, de alguna forma, conservadora de lo poco que logré en la vida, al mismo tiempo que pienso cómo deshacerme de todo eso para empezar de nuevo. Vuelvo porque el retorno está en la misma esencia del ser humano, porque no hay resiliencia sin revisitar aquello que nos ha marcado, porque no entiendo otra manera de vivir. Todavía
Y vuelvo a mi pendular, a la búsqueda de comprensión que me lleva cada vez más lejos aunque no me aleje demasiado del mismo punto, como Verne, que sólo vio el mundo a través de sus lecturas, o Spyri, que entendió a las instituciones humanas como una extensión de su pequeña aldea suiza. 
Las claves de estas vacaciones: no soy perfecta y nunca lo seré, así que más me vale ajustar este mínimo atrezzo disponible y sacar lo mejor que pueda de allí, porque es mejor arder cuando ya estás consumida y no te queda nada más que ese vos que eras al nacer, la mínima potencia, el tanque vacío, la tierra baldía en la que crece una vara de ciprés lista para ser el árbol que no verá mi generación, sino, con suerte, las que sigan.
Quiero viajar liviana y dar hasta gastarme. 
Que no quede nada de mí, ni la ceniza ni el recuerdo.
Que en el lugar vacío crezca algo completamente distinto.

domingo, marzo 26, 2017

Perspectiva.

Si me devolvieran todo el tiempo que perdí en amargarme, viviría un par de años más de los que tengo destinados. 
Es un momento extraño que no puedo explicarle a nadie. Desparramo piezas otra vez. Una vieja costumbre para una nueva conducta. Haré lo que haya que hacer, no se pueden vivir todas las vidas. Me tomo estos meses como un sabático de incertidumbre y pruebo, fallo, vuelvo a probar. Encontré papeles viejos, una frase de mis veintipico: he sido buena y cobarde en lugar de mala y valiente. ¿En qué momento nos damos cuenta de que pasamos media vida equivocados? ¿Y qué se puede hacer con lo que queda? 
Palabras nunca sobran. 
Las mastico, las trago, como alguna vez tragué veneno ajeno. Depósito de almas. Doy vida y descarto, no puedo detenerme en un solo personaje, me ahogo. Peleo contra lo que quiero, después a favor. Soy un doble agente del deseo y el hambre. 

martes, febrero 28, 2017

Alerta naranja

Las cosas que quiero escribir en estos días reposan en el papel por la sencilla razón de que no encuentro el ánimo para sentarme a pasarlo. El tiempo frente a la computadora me resulta penoso cuando hace este calor. Las temperaturas subtropicales y yo no nos llevamos bien desde que tengo memoria. La sangre me quema, las tripas me arden. Tanto, que a veces fantaseo con cuchillos helados por todo el cuerpo. Sueño que me corto con esos cuchillos y dreno ácido, vapor sulfuroso, hasta quedar exangüe y fría. No puedo caminar ni correr, ni coger, ni bailar, ni siquiera comer con temperaturas arriba de los treinta grados. Aunque esté en un ambiente climatizado, el cuerpo sabe. Incluso en invierno me siento desnuda frente a la computadora para escribir y sudo a mares, desde la raíz del pelo hasta los tobillos. 
Hace años sueño que vivo en otras latitudes y cada cosa que hago tiene como único objetivo escapar del verano subtropical en el que pasé toda mi vida. Frío y silencio es todo lo que necesito. Frío y silencio. Frío y silencio. Frío y silencio. 

lunes, enero 02, 2017

Carta a Marius / 2

Un día empecé a escribirte y no paré. Hubo una noche entera que pasé despierta al teléfono por primera vez en la vida. Una tarde te pedí que no cortaras el Skype aunque me caía de sueño y tenías que seguir trabajando. Una madrugada te susurré lo que ya sabías y te oí responder "cagaste". Sonreí entre lágrimas. Luego viajé a verte. Padecimos todo un febrero. En marzo emergimos. Ese año fue vértigo y encierro. Las primeras discusiones, la convicción de que nuestro carácter nos haría alternativamente la vida imposible, e imposiblemente hermosa. Pasamos meses reconcentrados en nosotros mismos, entre largos silencios y charlas maratónicas. Reunimos unas pocas pertenencias, cambiamos de casa, pudimos hacer los viajes que siempre quisimos. Me partí en mil pedazos y los sostuviste a todos. Te quebraste e intenté hacer lo mismo que habías hecho para sanarme. Los miedos vinieron y se fueron, se van y vienen. Como los días, como olas. Vimos crecer a los niños, convertirse en adultos. Vimos nacer a otros niños. Empezamos proyectos que nos dimos el lujo de dejar en pausa como si fuéramos eternos, pensando que siempre hay tiempo, que si no es hoy será mañana. Un poco así somos las almas gastadas. Lo mejor siempre está al frente y la suerte favorece a la mente preparada. Deambulo por este extraño mundo que hace rato no transita nadie, casi puedo escuchar el eco de mis pasos. Todo esto, nuestra vida que discurre, me parece que empezó ayer nomás. No siento el cansancio de los años en el cuerpo ni en la mente. ¿Qué hacemos si un día amanecemos viejos sin habernos dado cuenta? pregunto, y contestás, con ojos llenos de vida y una sonrisa, nuestra cita preferida del Eclesiastés: "Todo tiene un tiempo bajo el sol". 
Y yo entiendo. Entiendo todo.