(... o mi críptica despedida para un 2008 con algunos sobresaltos...)
One For Sorrow
Two For Joy
Three For A Girl
Four For A Boy
Five For Silver
Six For Gold
Seven For A Secret,
Never
To
Be
Told
-----------------------------------------------------------------------
(Magpie, fuiste tú el que robó el anillo de bodas?
O qué otra ave rapaz se llevaría semejante esperanza?
Magpie, estoy perdido en las tierras interiores
atrapado entre los brezos, los helechos
y los niños que no tienen nombre.
No hay nombre para nosotros,
pero aún cantamos.
Y aún así, cantamos.
Pequeñito, pequeñito,
perdido y azul...
Escúchame. Déjame decirte qué hacer.
Puedes escapar, y escapar lejos del hogar
entre sus rodillas.
Entre todos sus brezos, sus helechos,
y el niño tendrá un nombre.
Y cantaremos....
Y cantaremos)
miércoles, diciembre 31, 2008
lunes, diciembre 29, 2008
Caleidoscope
Desde enero venía pensando en las pequeñas tonterías y ñoñeces de las que no me avergüenzo. Y si lo hago, se me pasa al ratito. Boceté algunas de esas pavadas en un postito anterior. Ni por asomo son la mayor parte de las pavadas: sólo las que se me antoja que se sepan.
Gracias a esas pequeñeces y pavadas empecé a escribir. Casi sin querer. Tenía (todavía tengo) la necesidad de volcar todo lo que hace barullo en mi cabeza en un papel en blanco o documentos de word. Así, el trayecto de mi escritura pasó desde el primer cuento manuscrito a pura fibra Faber (tenía seis años; si no lo conservara mi madre no le creería a mi propia memoria...) hasta este blog.
En el medio, las cuatro o cinco cajas de papeles sueltos, enfoliados temáticamente; tres novelas adolescentes terminadas (una sola mecanografiada); diez o doce proyectos inconclusos; docenas de cuentos. Y más blogs. Todavía tengo dos o tres proyectos secretos, con otro perfil, actualizados desde IP's variables. A veces hasta me da un poco de orgullo pensar que puedo impostar mi propia escritura con tanta soltura. Sería una buena ghost writer (anoten eso, y pásenlo a sus contactos).
Gracias a esas pequeñeces y pavadas empecé a escribir. Casi sin querer. Tenía (todavía tengo) la necesidad de volcar todo lo que hace barullo en mi cabeza en un papel en blanco o documentos de word. Así, el trayecto de mi escritura pasó desde el primer cuento manuscrito a pura fibra Faber (tenía seis años; si no lo conservara mi madre no le creería a mi propia memoria...) hasta este blog.
En el medio, las cuatro o cinco cajas de papeles sueltos, enfoliados temáticamente; tres novelas adolescentes terminadas (una sola mecanografiada); diez o doce proyectos inconclusos; docenas de cuentos. Y más blogs. Todavía tengo dos o tres proyectos secretos, con otro perfil, actualizados desde IP's variables. A veces hasta me da un poco de orgullo pensar que puedo impostar mi propia escritura con tanta soltura. Sería una buena ghost writer (anoten eso, y pásenlo a sus contactos).
En enero, leía algunos blogs ya occisos o descartados de mi reader y pensaba: "No tengo por qué demostrarle a nadie cuánto leí o de cuántos puntos es mi coeficiente intelectual, o qué tan armonizados están mis chakras; quienes conozcan poco (o mucho) de lo que hago o cómo pienso, tienen la libertad de creerme una perfecta idiota o un pequeño genio en potencia, si es que les place".
La verdad es que no me interesa. Hace diez años estaba tan preocupada por lo que podría pensar la gente de mis rarezas (la gente a la que yo quería interesarle, claro), que por decantación hoy me importa muy poco su opinión sobre mi forma de vestirme, caminar, hablar, cantar, escribir.
Por eso mismo... Me deja un poco perpleja releerme en estos posts (me refiero a los más nuevos) y darme cuenta de que en muchas ocasiones esta catarsis del Extraño Mundo suena a instructivo o pauta vital de algún tipo. Con lo chinchuda que soy al respecto de las imposiciones sobre lo que se debe o no se debe hacer (lo que queda bien o mal hacer o dejar de hacer), me enerva darme cuenta de esas cosas.
Lo más difícil para mí ha sido aceptarme como soy. Me refiero a la parte fea del asunto. Reconocer que en más de una ocasión fui una terrible hija de puta, o haber hecho cosas que me asquean a la distancia (como negarme a dar una ayuda cuando estaba a mi alcance hacerlo, o tomar partido en el bando contrario de una persona a la que estimaba, por debilidad propia o por despecho). Reconocer que la influencia de personas que aprecio mucho pudo, de alguna manera, filtrarse en este espacio, me produce sensaciones de lo más incómodas.
Después de todo, si trato de cambiar algo o ajustarlo a sugerencias de estilo (supongo) buscando la palmadita en el hombro, tardo poco en darme cuenta de que lo que más quería pasaba por otro lado, que los textos más preciosos quedan escondidos. Otra vez.
Cuando la sugerencia responde a fórmulas ajenas sale algo totalmente despersonalizado. "No me sale" escribir a pedido, ya está visto... Y lo peor es que el gataflorismo ajeno termina reclamando la vuelta al origen, o asentando con silencios su implícito desprecio por el resultado del cambio.
Bah.
¿Era más feliz antes, cuando no recibía críticas, ni comentarios, ni elogios de ningún tipo? ¡Qué estupidez! Medir la felicidad por logros que no tienen nada que ver con la satisfacción personal me volvería algo que no soy ni quiero ser.
Sé que soy feliz ahora, tirada en la cama boca arriba, mirando el techo mientras visualizo las palabras que después irán al papel. Lo que venga después, será lo que deba ser. Rearmarlas, alterarlas, jugar con ellas, usarlas de blanco de dardos. Me angustiaré un rato pensando en mis editores, presentes y futuros, munidos de un lápiz y un concepto que no se parece en nada al mío. Pero siempre me quedará este papel originario, caprichoso, donde estaba capturada la palabra que yo vi, que es esa y ninguna otra.
Quiero creer que siempre tendré esta historia, que será mía.
En este 2009 que se viene, me gustaría dar vuelta a la hoja y volver un poco más a ese origen caprichoso y caleidoscópico donde escribía sin preocuparme mucho de lo que quedaba bien o mal decir. Volver a meter la biblia con el calefón sin imperativos de ninguna especie. Ser la nena que decia que sí, quedate tranquila, mamá, que no me voy a subir al Desorbitados para escaparse a la primera de cambio a hacer justo lo que no se puede, pero que el corazón le pide.
Hoy es un comienzo tan bueno como cualquier otro.
(Y pensar que este borrador comenzó a escribirse en enero...)
La verdad es que no me interesa. Hace diez años estaba tan preocupada por lo que podría pensar la gente de mis rarezas (la gente a la que yo quería interesarle, claro), que por decantación hoy me importa muy poco su opinión sobre mi forma de vestirme, caminar, hablar, cantar, escribir.
Por eso mismo... Me deja un poco perpleja releerme en estos posts (me refiero a los más nuevos) y darme cuenta de que en muchas ocasiones esta catarsis del Extraño Mundo suena a instructivo o pauta vital de algún tipo. Con lo chinchuda que soy al respecto de las imposiciones sobre lo que se debe o no se debe hacer (lo que queda bien o mal hacer o dejar de hacer), me enerva darme cuenta de esas cosas.
Lo más difícil para mí ha sido aceptarme como soy. Me refiero a la parte fea del asunto. Reconocer que en más de una ocasión fui una terrible hija de puta, o haber hecho cosas que me asquean a la distancia (como negarme a dar una ayuda cuando estaba a mi alcance hacerlo, o tomar partido en el bando contrario de una persona a la que estimaba, por debilidad propia o por despecho). Reconocer que la influencia de personas que aprecio mucho pudo, de alguna manera, filtrarse en este espacio, me produce sensaciones de lo más incómodas.
Después de todo, si trato de cambiar algo o ajustarlo a sugerencias de estilo (supongo) buscando la palmadita en el hombro, tardo poco en darme cuenta de que lo que más quería pasaba por otro lado, que los textos más preciosos quedan escondidos. Otra vez.
Cuando la sugerencia responde a fórmulas ajenas sale algo totalmente despersonalizado. "No me sale" escribir a pedido, ya está visto... Y lo peor es que el gataflorismo ajeno termina reclamando la vuelta al origen, o asentando con silencios su implícito desprecio por el resultado del cambio.
Bah.
¿Era más feliz antes, cuando no recibía críticas, ni comentarios, ni elogios de ningún tipo? ¡Qué estupidez! Medir la felicidad por logros que no tienen nada que ver con la satisfacción personal me volvería algo que no soy ni quiero ser.
Sé que soy feliz ahora, tirada en la cama boca arriba, mirando el techo mientras visualizo las palabras que después irán al papel. Lo que venga después, será lo que deba ser. Rearmarlas, alterarlas, jugar con ellas, usarlas de blanco de dardos. Me angustiaré un rato pensando en mis editores, presentes y futuros, munidos de un lápiz y un concepto que no se parece en nada al mío. Pero siempre me quedará este papel originario, caprichoso, donde estaba capturada la palabra que yo vi, que es esa y ninguna otra.
Quiero creer que siempre tendré esta historia, que será mía.
En este 2009 que se viene, me gustaría dar vuelta a la hoja y volver un poco más a ese origen caprichoso y caleidoscópico donde escribía sin preocuparme mucho de lo que quedaba bien o mal decir. Volver a meter la biblia con el calefón sin imperativos de ninguna especie. Ser la nena que decia que sí, quedate tranquila, mamá, que no me voy a subir al Desorbitados para escaparse a la primera de cambio a hacer justo lo que no se puede, pero que el corazón le pide.
Hoy es un comienzo tan bueno como cualquier otro.
(Y pensar que este borrador comenzó a escribirse en enero...)
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lunes, diciembre 22, 2008
Juro que no quiero dejarme caer / Borderline
Pese a la felicidad conquistada y a los proyectos en danza, pese a la seguridad insegura y a todo lo que puede venir de bueno, sigo teniendo este peso en la panza que me liquida.
Duele físicamente: tengo el estómago contraído en un espasmo de angustia y hasta los músculos externos me oprimen como si el ejercicio diario de la angustia fuera una especie de gimnasio indeseable.
Me es tan desacostumbrado, este perpetuo desconfiar de otros... De otros en los que había puesto una confianza para nada relativa, sino basada en la experiencia compartida, en la fe en su inteligencia o sus principios. Cuánta ingenuidad, por un lado. Pero si no tengo fe, ¿qué tengo?
Yo no sé cómo viven los demás ni me interesa. Quiero vivir como siempre: sin joder a nadie, haciendo las cosas bien. Que si me ponen un deadline respeten los míos. Que por una vez mis prioridades pasen al frente y no formen parte de una variable de ajuste mezquina. Después de todo, yo valgo por mi rectitud, por mi dedicación y por la palabra empeñada.
Es detestable depender del capricho o el estado de ánimo ajenos para moldear mis angustias cotidianas.
Siento que a veces no se me permite siquiera la desazón personal, pequeñita de lo inmediato, y lo peor es que soy permeable a los mismos problemas ajenos que en ningún modo pienso hacer propios. No a costa de un crecimiento que por fin estoy empezando a optimizar.
Me encantaría hacer caso de los que insisten en que debería tener un emprendimiento propio, pero es difícil empezar en el cero absoluto con el imperativo diario de una supervivencia cada vez más difícil. Y es difícil también tomar la decisión de un rumbo completamente nuevo. ¿Quién me garantiza que a dos mil kilómetros de distancia tendré un techo siquiera prestado, el mínimo bienestar para la persona que amo? No puedo ser tan kamikaze. Ni estoy sola, ni son pocas las cosas que dejaría atrás.
No quiero seguir carcomiéndome en una angustia sin sentido y sin asideros.
Pero estoy cada vez más tentada de tomar todas las posibilidades al alcance y dar un salto que me cambie el enfoque. Quién sabe, después...
Quiero no deberme más nada a mí misma, para que cuando llegue el momento de pagar, no quede nada para mí. Absolutamente nada.
Derramarme en presentes para aquellos que me sostuvieron, que significaron algo, que me apuntalaron en el crecimiento diario sin esperar retribución.
Necesito recibir algo que sólo yo puedo darme. ¡Qué compromiso!
¿Seré capaz de sorprenderme a mí misma con este logro inesperado?
(Chihiro Onitsuka - BORDERLINE , de su ampliamente recomendable disco Sugar High)
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jueves, diciembre 18, 2008
Visión de Navidad
Ya no me hace falta cerrar los ojos para volver a ver aquellas navidades, las que fueron. Esta ciudad de la que a veces reniego me dio esa capacidad.
Antes cerraba los ojos.Ahora puedo estar escribiendo esto y viendo en la memoria, alterada o ficticia (a esta altura da igual), las cosas como yo las veía en esos años.
Soy una vez más una nena desgarbada y alta que no sabe dónde poner las manos y que ronda la cocina esperando ligar un sandwichito, espantada repetidamente por una madre muy laboriosa. "No me podés ayudar, mi amor, sos muy lenta".
Y es cierto, las manos de mamá Kuki vuelan, mis dedos todavía no encontraron la agilidad necesaria para cerrar una empanada en menos de cinco minutos.
Y es cierto, las manos de mamá Kuki vuelan, mis dedos todavía no encontraron la agilidad necesaria para cerrar una empanada en menos de cinco minutos.
Estoy vestida de organza, con medias cancán y una mediacola de caballo tirante que siempre remata en un pirincho parado, aunque el pelo haya crecido y tienda a buscar la vertical con su textura escobosa. Camino a golpecitos de guillermina por las líneas de granito viejo del suelo, que rezuma humedad, y tarareo seguramente algún villancico. Cuando me ven así, "ida", mis hermanos, primos y vecinos piensan que tengo cara de idiota. Algo así, supongo. Uso anteojos y ortodoncia y mi boca acorazonada casi siempre está entreabierta. No puedo pensar con la boca cerrada, por si los pensamientos tienen que abrirse paso de golpe. Entonces, canto.
Atravieso en diagonal la habitación (que algún día será living) y voy a sentarme un rato junto al pesebre. La ventana que da a la calle está abierta, un poco desgonzada por la humedad. Pasan pocos autos y ya se escuchan algunos petardos. Casi no queda sol. Enchufo las luces del arbolito y me quedo mirándolas sin parpadear, hasta que se calientan un poco y se apagan. A partir de allí, se encienden y apagan a razón de cuatro veces por minuto.
Tengo algunos arañazos en las manos y mordeduras junto a las uñas, de tanto sacarme los padrastros. Me arden los hombros por culpa del primer sol del verano. En apenas semanas voy a estar usando desodorante axilar y corpiño, porque me falta menos de un mes para "hacerme señorita". En ese momento no lo sé, pero lo presiento porque mis pechos han crecido y empiezan a doler. Tengo una congoja en el alma que no sé de dónde viene. Busco la soledad, cada vez más.
Mirando las luces, el pesebre y mi falda de princesa, siento que el Espíritu de la Navidad se va derramando en mi corazón. Es como un almíbar tibio en el medio del pecho, que reconforta y despeja todas las angustias. Canturreo un poco más fuerte, pero no tanto como para que me escuchen. Pienso en todo lo que tengo en ese momento y que me gusta tanto:
Mis padres
Mis hermanos
Mis abuelos
Mis primos
El colegio
Mis libros
La música (y mi guitarra redescubierta)
La bicicleta de carreras heredada
Los fines de semana en la casita del río
Mis mascotas adoptivas
Pesca con lombrices
Lechón frío y sandwichitos
Un par de patines
El diario intimo recién estrenado
La sensación dulce y tibia se expande con cada recuerdo y alienta pensamientos relacionados con el futuro.
En ese futuro no hay abuelos muertos ni primos distanciados por mezquinas diferencias familiares. Los tíos Raúl y Edgardo ni siquiera se han casado. Una hermana que no conozco está a unos días de distancia de llamar a nuestra puerta. Mi futuro se extiende apenas un pcoo más allá de este verano y el próximo año escolar. Se mide en circunstancias felices y unas pocas zozobras que mamá sabrá curar, algunos miedos que papá podrá despejar.
De a ratos suena el timbre y sé que son las señoras B y M, buscando la ropa y los juguetes que mi mamá separó para ellos. Se escuchan los saludos efusivos de Tiatá y Maruca que llegan. Como la mesa ya está puesta, me demoro un poco más junto al pesebre y le rezo al Niño que brilla en la penumbra.
------------------------------------------------------------
Si tuviera que hacer una comparación a vuelo de pájaro entre la niña que era y la persona que soy hoy, tendria que admitir unas cuantas decepciones personales.
En aquellos días estaba convencida de la inmutabilidad de los afectos. Ni se me pasaba por la cabeza que quizás llegaría un momento en que las personas que compartian mi dia a dia podían llegar a faltarme.
No creia posible el distanciamiento de mis amigos del barrio y del colegio, aunque es cierto que nunca tuve amigos tan íntimos...
Admiraba a mis referentes adultos.
Estaba muy apegada a mi propia visión de la religión católica, e incluso era un poco mística.
Tenía una enorme fe en mí misma y optimismo respecto del futuro.
Escribía todos los días.
Cumplía todas mis promesas.
Cultivaba cada relación nueva.
Expresaba mi afecto y mis emociones sin dudar.
Terminaba la mayor parte de lo que empezaba.
Creía en la existencia de la magia en todas las cosas.
Hoy me doy cuenta que no existen afectos inmutables. Cambiar es tan inevitable como morirse. Si no cambio yo, cambiará el otro.
Me distancié prácticamente de todas mis amistades de la infancia, de una manera geográfica o afectiva.
La bajada a tierra de mis referentes adultos fue rápida, dolorosa y decepcionante.
No creo en nada. Sólo soy una curiosa de las religiones.
Con la envidia ajena y la competitividad dañina, llegaron la inseguridad y los abandonos preventivos (¿Para qué presentarme en esto si me van a pasar por arriba?)
No escribo más que cuando tengo el imperativo de hacerlo. A veces pasan semanas de sequía.
Ya no hago promesas, no puedo lidiar con el reproche si no puedo cumplir.
He abandonado a todos los amigos que dejaron de hablarme o escribirme. Y a algunos otros también: por lejania, por cansancio, por pereza. O porque nunca fuimos nada más que aves de paso mutuas.
El temor al rechazo frena casi todos los impulsos cariñosos que suelo tener.
Dejo sin terminar la mayor parte de lo que empiezo.
Creo que el mundo está demasiado enfermo como para que la magia dé abasto.
Sin embargo, hoy también me movilizan muchas otras cosas.
La experiencia trajo nuevas ganas de creer, más apertura mental y sobre todo una constante necesidad de aprender de todo lo que me pasa. Tengo mucho que agradecer. Muchísimo.
Y tengo que aprender que el tener muchos "perdón" atragantados en el pecho no va a hacer que quienes se sintieron defraudados, decepcionados, heridos o resentidos con mis acciones, me perdonen algún día. Que el daño o la omisión se reparan con actos de corazón y no con miles de disculpas.
¿Mis deseos? Pocos y buenos, como los amigos... Uno solo para mí sola: una nueva oportunidad.
Los deseo, como siempre, en armonía con todas las cosas y seres del Universo.
Atravieso en diagonal la habitación (que algún día será living) y voy a sentarme un rato junto al pesebre. La ventana que da a la calle está abierta, un poco desgonzada por la humedad. Pasan pocos autos y ya se escuchan algunos petardos. Casi no queda sol. Enchufo las luces del arbolito y me quedo mirándolas sin parpadear, hasta que se calientan un poco y se apagan. A partir de allí, se encienden y apagan a razón de cuatro veces por minuto.
Tengo algunos arañazos en las manos y mordeduras junto a las uñas, de tanto sacarme los padrastros. Me arden los hombros por culpa del primer sol del verano. En apenas semanas voy a estar usando desodorante axilar y corpiño, porque me falta menos de un mes para "hacerme señorita". En ese momento no lo sé, pero lo presiento porque mis pechos han crecido y empiezan a doler. Tengo una congoja en el alma que no sé de dónde viene. Busco la soledad, cada vez más.
Mirando las luces, el pesebre y mi falda de princesa, siento que el Espíritu de la Navidad se va derramando en mi corazón. Es como un almíbar tibio en el medio del pecho, que reconforta y despeja todas las angustias. Canturreo un poco más fuerte, pero no tanto como para que me escuchen. Pienso en todo lo que tengo en ese momento y que me gusta tanto:
Mis padres
Mis hermanos
Mis abuelos
Mis primos
El colegio
Mis libros
La música (y mi guitarra redescubierta)
La bicicleta de carreras heredada
Los fines de semana en la casita del río
Mis mascotas adoptivas
Pesca con lombrices
Lechón frío y sandwichitos
Un par de patines
El diario intimo recién estrenado
La sensación dulce y tibia se expande con cada recuerdo y alienta pensamientos relacionados con el futuro.
En ese futuro no hay abuelos muertos ni primos distanciados por mezquinas diferencias familiares. Los tíos Raúl y Edgardo ni siquiera se han casado. Una hermana que no conozco está a unos días de distancia de llamar a nuestra puerta. Mi futuro se extiende apenas un pcoo más allá de este verano y el próximo año escolar. Se mide en circunstancias felices y unas pocas zozobras que mamá sabrá curar, algunos miedos que papá podrá despejar.
De a ratos suena el timbre y sé que son las señoras B y M, buscando la ropa y los juguetes que mi mamá separó para ellos. Se escuchan los saludos efusivos de Tiatá y Maruca que llegan. Como la mesa ya está puesta, me demoro un poco más junto al pesebre y le rezo al Niño que brilla en la penumbra.
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Si tuviera que hacer una comparación a vuelo de pájaro entre la niña que era y la persona que soy hoy, tendria que admitir unas cuantas decepciones personales.
En aquellos días estaba convencida de la inmutabilidad de los afectos. Ni se me pasaba por la cabeza que quizás llegaría un momento en que las personas que compartian mi dia a dia podían llegar a faltarme.
No creia posible el distanciamiento de mis amigos del barrio y del colegio, aunque es cierto que nunca tuve amigos tan íntimos...
Admiraba a mis referentes adultos.
Estaba muy apegada a mi propia visión de la religión católica, e incluso era un poco mística.
Tenía una enorme fe en mí misma y optimismo respecto del futuro.
Escribía todos los días.
Cumplía todas mis promesas.
Cultivaba cada relación nueva.
Expresaba mi afecto y mis emociones sin dudar.
Terminaba la mayor parte de lo que empezaba.
Creía en la existencia de la magia en todas las cosas.
Hoy me doy cuenta que no existen afectos inmutables. Cambiar es tan inevitable como morirse. Si no cambio yo, cambiará el otro.
Me distancié prácticamente de todas mis amistades de la infancia, de una manera geográfica o afectiva.
La bajada a tierra de mis referentes adultos fue rápida, dolorosa y decepcionante.
No creo en nada. Sólo soy una curiosa de las religiones.
Con la envidia ajena y la competitividad dañina, llegaron la inseguridad y los abandonos preventivos (¿Para qué presentarme en esto si me van a pasar por arriba?)
No escribo más que cuando tengo el imperativo de hacerlo. A veces pasan semanas de sequía.
Ya no hago promesas, no puedo lidiar con el reproche si no puedo cumplir.
He abandonado a todos los amigos que dejaron de hablarme o escribirme. Y a algunos otros también: por lejania, por cansancio, por pereza. O porque nunca fuimos nada más que aves de paso mutuas.
El temor al rechazo frena casi todos los impulsos cariñosos que suelo tener.
Dejo sin terminar la mayor parte de lo que empiezo.
Creo que el mundo está demasiado enfermo como para que la magia dé abasto.
Sin embargo, hoy también me movilizan muchas otras cosas.
La experiencia trajo nuevas ganas de creer, más apertura mental y sobre todo una constante necesidad de aprender de todo lo que me pasa. Tengo mucho que agradecer. Muchísimo.
Y tengo que aprender que el tener muchos "perdón" atragantados en el pecho no va a hacer que quienes se sintieron defraudados, decepcionados, heridos o resentidos con mis acciones, me perdonen algún día. Que el daño o la omisión se reparan con actos de corazón y no con miles de disculpas.
¿Mis deseos? Pocos y buenos, como los amigos... Uno solo para mí sola: una nueva oportunidad.
Los deseo, como siempre, en armonía con todas las cosas y seres del Universo.
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lunes, diciembre 15, 2008
Pequeña lista de frivoludeces o placeres pecaminosos
Con motivo de mi recientemente adquirido entusiasmo galopante por otro producto chatarra de marketing como es la saga "Twilight", de Stephenie Meyer, se me ocurrió hacer una pequeña listita de placeres que me dejan vergonzosamente expuesta en mi frivoludez.
Ante todo, y para el que no ha tenido el gusto de autoexaminarse a conciencia, un pecado culposo o frivoludez es, básicamente, un producto (cualquiera sea) que conscientemente sabés que es malo o pedorro, que estando en tus cabales no consumirías ni en pedo porque "no va" con tu forma de pensar o con tus gustos habituales. Y que, sin embargo, te produce un placer secreto y exultante... unas cosquillitas en el alma, un estado de ánimo relajado y feliz.
Un tema en la radio, una película, un libro o una costumbre adquirida pueden ser placeres culposos. Ciertas manías o tics pueden devenir en placeres culposos. Todos tienen en común una cosa: están ocultos, o nos avergonzamos de reconocerlos en público. Lo mismo da. Voy a anotar aquí los que me vengan a la mente en este momento:
- Comer sin cubiertos, a dedo limpio (lo único que se salva es la sopa, todo lo demás es "agarrable" para mí).
- Harry Potter (los libros y las películas)
- Las películas de M. Night Shyamalan y las comedias idiotas como "Scary Movie" o "Ace Ventura".
- Los joggings (ya lo había puesto en otra lista, pero son tan resistidos que bien vale traerlos a cuento aquí también)
- Los cuentos de hadas infantiles.
- Series televisivas al estilo de "Patito feo" o novelas brasileras como "Siete mujeres", las empecé viendo para reírme un rato y me terminaron enganchando.
- Escuchar a Chiche Gelblung y los Hermanos de la Magia Blanca en la radio.
- Videos bizarros (desde Hentai hasta bloopers)
- Blogs de mierda en Internet (les doy con un caño pero me quedo absorta leyéndolos). Me pasa parecido con los...
- Libros de autoayuda como "Mujeres que corren con los lobos". Me producen oleadas de relajación parecidas a las de...
- Los casettes con grabaciones de ejercicios para poder relajarse y dormir.
- Comer pororó salado mientras miro una película en casa, o mejor aún: hacer funciones en continuado de una saga o miniserie completa.
- High School Musical 3
- Ver dibujitos animados de todo tipo (desde "Las chicas superpoderosas" hasta "Dragon Ball Z", aunque si tuviera que hacer una lista sería interminable).
- Encariñarme como una estúpida con ciertos personajes literarios o televisivos muy clichosos (sí, me sigue pasando).
- Hacer performances "serias" de canto y baile cuando estoy en casa.
- Rodar por el suelo, andar en cuatro patas y decir lo primero que se me viene a la cabeza, como si fuera un ejercicio de hipnosis autoinducida.
- Entrar sin pagar a funciones de cine, de teatro, etcétera. (No puedo evitarlo, es tanto o más lindo porque lo pago con otro tipo de esfuerzo no monetario, ¡que me da más satisfacciones personales al mismo tiempo!)
- Ponerme bien bien rea adrede para salir a la calle y que nadie se fije en mí (a lo sumo, para criticar lo crota que soy). No peinarme, usar pantalones flojos y remeras viejas es el summum.
Sé que tengo muchísimos más, pero no podría recordarlos a todos en este momento... Seguro me entenderán, porque todos tenemos placeres pecaminosos o frivoludeces en la vida.
Y si no me entienden, mala suerte. No tiene cura.
Ante todo, y para el que no ha tenido el gusto de autoexaminarse a conciencia, un pecado culposo o frivoludez es, básicamente, un producto (cualquiera sea) que conscientemente sabés que es malo o pedorro, que estando en tus cabales no consumirías ni en pedo porque "no va" con tu forma de pensar o con tus gustos habituales. Y que, sin embargo, te produce un placer secreto y exultante... unas cosquillitas en el alma, un estado de ánimo relajado y feliz.
Un tema en la radio, una película, un libro o una costumbre adquirida pueden ser placeres culposos. Ciertas manías o tics pueden devenir en placeres culposos. Todos tienen en común una cosa: están ocultos, o nos avergonzamos de reconocerlos en público. Lo mismo da. Voy a anotar aquí los que me vengan a la mente en este momento:
- Comer sin cubiertos, a dedo limpio (lo único que se salva es la sopa, todo lo demás es "agarrable" para mí).
- Harry Potter (los libros y las películas)
- Las películas de M. Night Shyamalan y las comedias idiotas como "Scary Movie" o "Ace Ventura".
- Los joggings (ya lo había puesto en otra lista, pero son tan resistidos que bien vale traerlos a cuento aquí también)
- Los cuentos de hadas infantiles.
- Series televisivas al estilo de "Patito feo" o novelas brasileras como "Siete mujeres", las empecé viendo para reírme un rato y me terminaron enganchando.
- Escuchar a Chiche Gelblung y los Hermanos de la Magia Blanca en la radio.
- Videos bizarros (desde Hentai hasta bloopers)
- Blogs de mierda en Internet (les doy con un caño pero me quedo absorta leyéndolos). Me pasa parecido con los...
- Libros de autoayuda como "Mujeres que corren con los lobos". Me producen oleadas de relajación parecidas a las de...
- Los casettes con grabaciones de ejercicios para poder relajarse y dormir.
- Comer pororó salado mientras miro una película en casa, o mejor aún: hacer funciones en continuado de una saga o miniserie completa.
- High School Musical 3
- Ver dibujitos animados de todo tipo (desde "Las chicas superpoderosas" hasta "Dragon Ball Z", aunque si tuviera que hacer una lista sería interminable).
- Encariñarme como una estúpida con ciertos personajes literarios o televisivos muy clichosos (sí, me sigue pasando).
- Hacer performances "serias" de canto y baile cuando estoy en casa.
- Rodar por el suelo, andar en cuatro patas y decir lo primero que se me viene a la cabeza, como si fuera un ejercicio de hipnosis autoinducida.
- Entrar sin pagar a funciones de cine, de teatro, etcétera. (No puedo evitarlo, es tanto o más lindo porque lo pago con otro tipo de esfuerzo no monetario, ¡que me da más satisfacciones personales al mismo tiempo!)
- Ponerme bien bien rea adrede para salir a la calle y que nadie se fije en mí (a lo sumo, para criticar lo crota que soy). No peinarme, usar pantalones flojos y remeras viejas es el summum.
Sé que tengo muchísimos más, pero no podría recordarlos a todos en este momento... Seguro me entenderán, porque todos tenemos placeres pecaminosos o frivoludeces en la vida.
Y si no me entienden, mala suerte. No tiene cura.
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viernes, diciembre 12, 2008
Merecido reconocimiento
El querido Jerry recibirá ¡al fin! la recompensa a toda una vida de absoluta dedicación, no sólo al espectáculo (es memorable y estremecedora la anécdota del rodaje de "Cinderfella*), sino a su lucha contra la distrofia muscular, una causa a la que apoya ininterrumpidamente desde 1966 con sus ya famosos "teletones", que han llegado a tener 22 horas de duración.
Algunas veces la pasó muy mal, es cierto, pero otras veces lo pasaba realmente bien...
We love you... personaje!
*La anécdota cuenta que la famosa escena de la escalera, un clásico despliegue de baile y resistencia física de JL (que ya tenía una fuerte adicción a los calmantes por su severa lesión de espalda), terminó con el grito de "Cut!" del director Frank Tashlin; Jerry dio algunos pasos y cayó al suelo agarrándose el pecho. Fue el primero de una serie de varios pre-infartos, uno de los cuales casi lo lleva a la muerte (en 1982) y el último hace apenas dos años.
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jueves, diciembre 11, 2008
Open wide...
It's wonderful what a smile can hide
If the teeth shine right and it's nice and wide
It's so magical what you can keep inside
And if you bury it deep no one can find a thing, no.
So come on now, open wide, open up now.
Don't you think it's time
To look back at that boy on his way to school
Such a heavy heart, such a heavy jewel hiding something that one day he'll sell
But now if no one shows, no one tells a thing, no.
So come on love, open wide, open up now
Don't you think it's time
Now after all these years you are at last opening
was it worth all that war just to win
So caught up in the speed of the days in your sin
Don't forget how the story begins, no
Don't forget now.
Now I'm seeing all your lovers and enemies
They've been turning their keys so full of need
All trying to see that sure you keep
What makes it shine, what makes it mine
But I don't care.
Just come on now, open wide.
Open up now.
There's so much love for what you'll find.
But what will you find!
Now after all these years you are at last opening
Was it worth all that war just to win.
If it was can you take me back to where it begins
Come and take me back to where it begins
Come and take me back to where it begins
Come on, open wide and let some light in.
Let us in.
Let us in.
(Patrick Wolf, "Overture")
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Cada tanto, escuchar "The Magic Position" me pone los pies en la tierra, el corazón alegre y me doy cuenta de que nada vale la pena más que estar bien con uno mismo.
"Frankly, my dear, I don't give a damn"... por la mitad de la gente que me crucé este año. Es la otra mitad la que tiene todo el crédito de este 2008.
Es mes de balance pero también de limpieza.
Se siente tan bien la descarga... Decir todo lo que tengo atragantado, sin tener que escudarme en la virtualidad. Así fui siempre. Me parece mentira haber perdido el foco por un momento. Tantas cosas dejé atrás sin esfuerzo y aún me hierve la sangre cuando leo a pelotudos lifeless por internet.
Lo dicho: fin de año de limpieza, de adentro hacia afuera. Purga y más purga.
Propósitos a cumplir:
- Elegir los problemas a los que prestarle atención
- Decir que "no"
- Quejarme menos
- No volver a Mónica Brenta (te asaltan)
- Terminar TODOS los borradores antes de empezar nuevos, o decretar su muerte definitiva.
Poquitos y precisos, no hay excusa. A volar, gaviota.
"Frankly, my dear, I don't give a damn"... por la mitad de la gente que me crucé este año. Es la otra mitad la que tiene todo el crédito de este 2008.
Es mes de balance pero también de limpieza.
Se siente tan bien la descarga... Decir todo lo que tengo atragantado, sin tener que escudarme en la virtualidad. Así fui siempre. Me parece mentira haber perdido el foco por un momento. Tantas cosas dejé atrás sin esfuerzo y aún me hierve la sangre cuando leo a pelotudos lifeless por internet.
Lo dicho: fin de año de limpieza, de adentro hacia afuera. Purga y más purga.
Propósitos a cumplir:
- Elegir los problemas a los que prestarle atención
- Decir que "no"
- Quejarme menos
- No volver a Mónica Brenta (te asaltan)
- Terminar TODOS los borradores antes de empezar nuevos, o decretar su muerte definitiva.
Poquitos y precisos, no hay excusa. A volar, gaviota.
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Ruido
miércoles, diciembre 10, 2008
jueves, diciembre 04, 2008
Maldito mes de balances
Balances por acá, por allá y de mi abuela también. Estoy un poco abrumada.
Hace apenas dos días volvió a aplastarme ese peso conocido (nunca del todo aceptado) de la responsabilidad forzosamente asumida.
Pueden decirme muchas cosas, excepto que no me tomo a mí misma en serio. Sí, me tomo en serio. No lo suficiente aún, no en el sentido que me gustaría, pero lo hago.
No se me ocurre cómo, no encuentro la manera de esquivar el sentimiento de frustración que me crece en el pecho en meses de balance. ¿Qué estoy haciendo mal? O más bien, ¿Qué podría hacer mejor?
Y la respuesta está acá, frente a mis ojos, mientras vuelvo a sentir el peso de la culpa que me aplasta.
Por qué, por qué, por qué, por qué, por que. Cientos de Por Qués seguidos de todas las respuestas ordenadas, unas más tramposas que otras, todas apelando a mi neurosis, desafiándola.
Las respuestas de siempre y otras nuevas, y en el medio mi maldita tendencia a buscar el equilibrio.
Autoestima balanceada, responsabilidad compartida, bronca por lo que no puedo ser (pero que tampoco quiero ser): una persona aprovechada y ventajera. Por más que me toreen, no puedo. Dale, cagame, prefiero sentirme el último orejón del tarro antes de volverme un garca como vos.
Diciembre. La cama. El cuerpo apaleado de cansancio, consumido desde adentro hacia afuera. El remolino en mi cabeza, el vértice tirando hacia abajo.
Esa sensación de vértigo tan familiar.
Y detrás de todo, esa mirada de la que no puedo sustraerme jamás. Maldito falso aislamiento. ¿Por qué no sos lo suficientemente convincente para aislarme de verdad? Quiero que no me importe. Necesito el último empuje para despegar, y ese hilo invisible
todavía
colgando de mi cintura
atado de esa piedra
haciéndome de ancla...
Ese hilo maldito.
Los otros.
Si pudiera odiarlos...
Pueden decirme muchas cosas, excepto que no me tomo a mí misma en serio. Sí, me tomo en serio. No lo suficiente aún, no en el sentido que me gustaría, pero lo hago.
No se me ocurre cómo, no encuentro la manera de esquivar el sentimiento de frustración que me crece en el pecho en meses de balance. ¿Qué estoy haciendo mal? O más bien, ¿Qué podría hacer mejor?
Y la respuesta está acá, frente a mis ojos, mientras vuelvo a sentir el peso de la culpa que me aplasta.
Por qué, por qué, por qué, por qué, por que. Cientos de Por Qués seguidos de todas las respuestas ordenadas, unas más tramposas que otras, todas apelando a mi neurosis, desafiándola.
Las respuestas de siempre y otras nuevas, y en el medio mi maldita tendencia a buscar el equilibrio.
Autoestima balanceada, responsabilidad compartida, bronca por lo que no puedo ser (pero que tampoco quiero ser): una persona aprovechada y ventajera. Por más que me toreen, no puedo. Dale, cagame, prefiero sentirme el último orejón del tarro antes de volverme un garca como vos.
Diciembre. La cama. El cuerpo apaleado de cansancio, consumido desde adentro hacia afuera. El remolino en mi cabeza, el vértice tirando hacia abajo.
Esa sensación de vértigo tan familiar.
Y detrás de todo, esa mirada de la que no puedo sustraerme jamás. Maldito falso aislamiento. ¿Por qué no sos lo suficientemente convincente para aislarme de verdad? Quiero que no me importe. Necesito el último empuje para despegar, y ese hilo invisible
todavía
colgando de mi cintura
atado de esa piedra
haciéndome de ancla...
Ese hilo maldito.
Los otros.
Si pudiera odiarlos...
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