No me gusta cómo huele el agua de Buenos Aires. Lo pienso mientras el chorro de la canilla del consorcio golpea el fondo de la olla y me devuelve una lluvia de gotitas pulverizadas con mucho, mucho olor a cloro. Inevitablemente la comparo con el agua que salía de la bomba a motor del campo de mi abuelo Meto: un olor mineral, levemente terroso. Pienso en la temperatura de aquella agua de mi infancia, un agua helada en invierno y en verano. Constante como el moho entre las piedras de la represa. Líquido vegetal y mineral. Venida de la misma napa de la zona del Potrero, en Entre Ríos.
No me gusta esta agua, pero igual lleno la jarra eléctrica con ella sin desperdiciar una sola gota. Tenemos suerte de que haya algo de agua. Hace cinco días el caño maestro que une los baños del primer cuerpo del edificio colapsó e inundó dos pisos de departamentos sobre nosotros. Se nos llovió el techo del baño y perdimos el placarcito... Ok, eso fue demasiada agua. De un tiempo a esta parte siento que todo se rompe en este edificio atrasadísimo de mantenimiento, pero cuyas expensas aumentan puntualmente después de cada paritaria.
Pienso en la lluvia excepcional de ayer (debe ser la cuarta o quinta excepción en el año) y cómo anegó la 9 de Julio, que antes no se anegaba, y dejó sin subtes a los porteños en plena hora pico. Pienso que mientras llovía en mi baño y mi placard una plaza llena de gente celebró el 25 de mayo, pude estar ahí y salir sin más perturbación que una leve sensación de claustrofobia. Aunque no me gusten las aglomeraciones de ningún tipo, porque no las disfruto.
Pienso: somos afortunados porque tenemos agua potable. Porque tenemos trabajo y por eso: seguro, obra social, aguinaldo, vacaciones, días de licencia por enfermedad. Tenemos suerte porque nuestra zona no se inunda. .Porque cada tanto hay un choreo o un tiroteo pero, por suerte, nunca en los horarios en que vamos o venimos. Porque somos dos, y mal que bien nos las arreglamos rápido porque sabemos trabajar en equipo y nos llevamos bien, juntos y por separado. Creo que esto es lo que nos viene salvando del colapso urbano de esta Buenos Aires que ya no es la que conocí cuando me mudé, diez años atrás: esta relación que parece inquebrantable a pesar de las pruebas.
"Tenemos suerte".
A veces siento que todo lo que pasa en las ciudades como Buenos Aires depende de la suerte. Si tenés suerte, llegás a tu trabajo a horario y volvés a tu casa sano y salvo ("y de buen humor" no debería ser pedir mucho, tampoco; pero es). Si tenés suerte, hoy podés mantener el espíritu alto. Si tenés suerte, no te aumentaron nada de un día para el otro. Si tenés suerte, la gente que querés va a llegar entera (con trabajo y salud) a fin de mes. Si tenés suerte, hoy sonreíste más de lo que te amargaste. Si tenés suerte no se te partió el corazón por alguien a quien no pudiste ayudar. Si tenés suerte, no vas a perder la mitad de la audición para cuando llegues a los 40 años. Podría seguir y seguir, pero para qué.
Yo no digo que en el campo o en un centro urbano más chico se viva mejor. Sé que yo viviría mejor. Así que estoy trabajando para eso, para que en un futuro no se me achicharre el corazón apenas con oler el agua.
2 comentarios:
Hello and goodbye, stranger. mi blogger banea solo los comentarios anónimos, una pena.
trabaje, nomás. adelante.
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