domingo, diciembre 21, 2014

Un cuento (y un recuerdo) para Navidad

No será el mío, aunque siempre lo estoy masticando en mi cabeza. Saldrá cuando quiera o cuando esté listo, como me hacen todos desde que somos chicos. Lo que más me impresionó cuando comencé a leer sobre reproducción humana fue que las mujeres ya nacemos con todos los óvulos que lanzaremos al mundo una vez al mes durante todos los meses de nuestra etapa madura, hasta que no quede ninguno. Mis historias son como esa semilla. Sólo que no tienen regularidad ni obedecen a ciclo alguno. Vienen de algún rincón de mi cabeza, empujando la memoria o el sueño con la potencia de algo anterior a la vida fuera del útero.
A los otros intuitivos padres estériles en lo biológico y máquinas pulsionales de hijos de ficción/no ficción los reconozco en un parpadeo. Truman Capote entre ellos. Uno de los cuentos que más disfruté leer fue este: 


En mi primera lectura emergió punzante, instantáneo, el personaje de Sook. No es el hilo conductor de la trama. Aparece en la apertura y el cierre del relato. Aún sabiendo que parte de esa estampa (si no toda) surgía de la propia vida de Capote, que ya me apasionaba hasta el punto de devorar sus ficciones buscando puntos de contacto con su cabeza torturada, suspendí la obsesión capturada por la inocencia de esa tía vieja. 
Hace un par de días murió Rosa. La Rosita. La que nadie llamó tía, sino simplemente Rosa. La que apenas sabía escribir su nombre afirmando bien la lapicera y cuyos primeros años se pierden en la sombra de un pasado que no dejó herederos. Rosa, la inocente de la familia, la entenada de risa explosiva, malversadora del lenguaje. Rosa, que acompañó a mi bisabuela en sus mejores años hasta el final de los días y que pasó después a ser acompañada por nosotros, los que la íbamos dejando atrás.
Rosa, que me enseñó el truco para enjuagar la ropa y colgarla de la cuerda de forma tal que podía después guardarla sin arrugas, también cebaba los mejores mates de té de Gualeguaychú. Tenía una suerte increíble para la quiniela, justo ella que no comprendía totalmente el valor del dinero. Le gustaba su prolija rutina familiar, alterada cada tanto por los nacimientos y muertes que no parecían tocarla demasiado. Le gustaban los animales. Le gustaban los niños. 
Hace un tiempo largo empezó a envejecer. Por suerte, casi no se dio cuenta. Rosita apenas registraba el dolor. Se quejaba más bien de los cambios en su entorno, de las interrupciones cada vez más largas del ritmo de la casa, de un cansancio inexplicable que no le permitía caminar derecha y rápido. 
El deterioro de los inocentes es un latigazo que se los lleva en poco tiempo. Suerte que Rosa nos duró tantos buenos años. Tuvo una vida larga y feliz en la que recibió y brindó muchísimo amor. Rosa es para tres generaciones de la familia una marca de nacimiento que no se borra. Una compañera en nuestra infancia, un fastidio en nuestra adolescencia, una tía muy querida para la eternidad. 
Agradezco profundamente que hayas sido parte de nuestras vidas.



El resto es silencio. 

domingo, diciembre 14, 2014

Eclosión

Acá hay un cuento que escribí en medio del vómito de todos estos años.

"Eclosión", en revista Otros Círculos.

viernes, diciembre 12, 2014

Border Line

Ejercer la empatía es transitar una delgada línea entre la mirada del depredador y la de la presa, sin saber bien a quién tenés enfrente "hasta que..."
Ni la mirada más transparente deja ver la intención cuando el psicópata es bueno. Conocí muchos muy buenos, pero el cuerpo también habla. Por eso no miro solamente a la cara, ni espero concentrar la atención en mí. Distraído, el objeto de estudio me revela todo lo que quiero. Más temprano que tarde.
La eficacia del depredador está en su capacidad de capturar primero con la mirada, después con una especie de devoción que no es otra cosa que un calculado interés. Dirá justo lo que querés escuchar. Tendrá gestos medidos de sensibilidad. 
Todos los gestos estudiados son iguales. Siempre. El tema es distinguir si esa sensibilidad aprendida es producto de una necesidad real de experimentar sentimientos y emociones genuinas, o apenas otro cazabobos. 
La realidad puede ser mejor que la expectativa, pero el delirante tiende a preferir su fantasía primero, recreándola mentalmente durante un determinado tiempo; luego buscará su concreción. Más a cualquier precio cuanto más delirante.
Lo bueno es lo malo de todo esto: nadie es infalible. Ni para protegerse ni para salirse con la suya.
Leer mucho ayuda a entender, pero nada abre tanto la cabeza como la búsqueda del conocimiento de los Otros que te rodean, con la misma curiosidad y atención que te dedicarías a vos mismo.
Funciono, como muchos de nosotros, a fuerza de paranoia. Pero la tengo tan naturalizada que se siente como si llevase un sistema complejo de alarmas revistiéndome por completo. Mi coraza es la exclusión del otro, su recategorización en depredador o presa. 
Estaré a salvo mientras no me convierta en presa.
Mi objetivo vital es la supervivencia para poder seguir viendo estos tiempos con ojos bien abiertos.

Transito la línea cada hora de cada día, en cada espacio abierto y cerrado. 
El abismo vive en mí.




lunes, diciembre 01, 2014

...como se aman los solitarios

Si yo te contara, pienso mientras mis dedos tipean frases de elegante y esquivo flirteo en el teclado. Si pudiera decirte todo lo que soy realmente, cómo me siento por las noches cuando me voy a dormir, quizá entenderías. Pero ni siquiera me ves ahora, por suerte no tengo webcam; ni siquiera me ves en remerón y chinelas, el pelo revuelto y sucio de dos días sin bañarme. No ves que a mis pies hay un envase de cerveza vacío, otro a mi lado en la mesa de la compu y un tercero en la heladera.
Si me oyeras hablar ahora te darías cuenta de lo mucho que me cuesta articular una sola palabra. ¿Y si me vieras, qué? ¿Y qué si me escucharas? ¿Preguntarías por qué me estoy haciendo esto? ¿Querrías saber más? Yo no te diría nada. Nada. Me quedaría metida en esta cueva mental, los labios apretados en una sonrisa helada que es el candado de mi alma, desafiándote a leerme solo con tus ojos. 
Mientras escribimos cosas que empiezan a erizarme la piel y tenemos epifanías capaces de parar el tiempo, pienso en todo lo que no te he dicho pero que ya intuís: que te miento en la edad (sin decírtelo), en el aspecto físico (sin decírtelo); en la situación sentimental que nunca se menciona. Que al esconderme entre palabras te estoy mezquinando Agustina, que mientras creo que te estoy abriendo el alma apenas estoy demorando el momento de la salida. 
Porque sigo encerrada en un metro cuadrado con plantas de plástico y una claraboya intentando pensar que estoy en un mundo interior rico, vasto. Hace años que me apagué, esa es la verdad. No sé desde cuándo. Gracias a nuestras charlas empiezo a echarle la culpa a esta sociedad caníbal a la que yo misma decidí mudarme. Es un comienzo, un paso; ponerle fecha a esta depresión. Todavía me falta darle nombre a otras carencias. Todavía no asumo que estoy en depresión. 
Pretendo ser una mujer misteriosa, extravagante, incomprendida y de profunda belleza interna, oscura y atormentada, citando a músicos que nos gustan a los dos. Citando a Tolkien, a la Biblia, a Leonard Cohen. Y mientras yo creo que te vendo a Brigitte Bardot (pero a los setenta: tortón y arrugada, rea y malhumorada), vos comprás a Jane Birkin. Me imaginás morocha y de huesos menudos, mucho más chica que vos en físico, aunque más próxima en edad. Y en este juego se nos va la vida. Vos, desnudo y sincero en cada letra; yo, bicho bolita, enroscada e hipócrita. Tratando de avisarte que es momento de huir de mí antes de que sea tarde, pero sin poder evitar quererte, pedirte en muda manipulación que te quedes.
¿Cómo puedo decirte que te quiero sin que huyas? Pero te quiero. Recién empecé a chatear con vos hace cinco días y ya no puedo vivir sin tus palabras, sin ver parpadear la única ventana de MSN que tengo abierta ahora (antes podía atender siete, diez conversaciones a la vez; ahora no quiero, me olvidé cómo se hacía). ¿Te quiero o me estoy encaprichando de nuevo? ¿Ya te hablé de los mecanismos de mi obsesión? ¿De cómo mi cabeza se agarra a una idea y no puede parar? ¿De que convierto en cenizas todo lo que toco? Ah, me hablás de otras mujeres, de tu corazón en ruinas, de tu falsa apariencia de estabilidad, de tu frialdad y tu reticencia a los abrazos. Y me envalentono, y te digo que soy Ungóliant; que no paro hasta conseguir lo que quiero y que ese objeto de deseo nunca es poca cosa. Yo quiero la luz de todo lo que existe, la que está enterrada en el corazón de los hombres heridos y sensibles como vos, porque hace tanto que no brillo que creo que ya no tengo una luz propia. Nos enredamos en la historia de los Silmaril y mi amenaza queda en suspenso. 
Ya la recordarás. Mientras, seguimos escribiendo.


La música que llega a tu vida por una razón y se queda como banda de sonido de algunos momentos no necesita justificación alguna. Casi todas las canciones de este álbum definían una época... claro que, mientras lo escuchábamos, no nos dimos cuenta.