Me levanto a la mañana cuando apenas sale el sol. Kilómetros al norte, se apaga una (otra) vida y de la forma más inesperada, no me afecta enseguida. Al levantarme soy una, otra, la misma que fui ayer y la semana pasada, la de hace tres o diez o quince años atrás. Me peino, me pongo una vincha para no atarme el pelo y las mismas zapatillas medio rotas de ayer.
Subo al colectivo y mato los minutos leyendo "El eternauta".
Estoy contenta porque hace un par de días no siento ese mareo molesto culpa de las cervicales (que no duelen pero joden igual) y entonces suena el teléfono y tengo que salir porque el corazón me late fuerte y se me llena el cuello de manchas rojas como siempre que estoy nerviosa o excitada.
Las lágrimas encuentran el camino; yo ya no veo nada. Otra vez ella: recurrencia número uno, causa primera de muerte. Recuerdo sin que venga a cuento el frío de ayer en la nuca cuando no había una sola coladera de aire y la vieja sensación de que la parca me stalkea justo cuando menos pienso en ella. El segundo recuerdo es feliz y huele a tripa cruda, a carbón y a pasto cortado, a agua con cloro y sol en los frutales.
En el presente soy yo en medio del pasillo gigante de una fábrica cuadrada donde por suerte nadie está circulando. Soy yo y la cara deformada por el llanto que mis manos secan furiosas mientras camino de regreso a mi puesto de trabajo.
Suena de fondo Julieta Venegas y lo único que puedo escuchar es el estribillo que se repite deforme "di-me-si... quisieras sangrar conmigo ooo, oooooohhh, cuéntame si quisieras sangrar conmigooo".
Quisieras. Sangrar. Conmigo.
Sangrar. Sangrar. Sangrar conmigo.
Ojos claros al cielo, apagados para siempre.
Morir sangrando, morir matando.
Subo al colectivo y mato los minutos leyendo "El eternauta".
Estoy contenta porque hace un par de días no siento ese mareo molesto culpa de las cervicales (que no duelen pero joden igual) y entonces suena el teléfono y tengo que salir porque el corazón me late fuerte y se me llena el cuello de manchas rojas como siempre que estoy nerviosa o excitada.
Las lágrimas encuentran el camino; yo ya no veo nada. Otra vez ella: recurrencia número uno, causa primera de muerte. Recuerdo sin que venga a cuento el frío de ayer en la nuca cuando no había una sola coladera de aire y la vieja sensación de que la parca me stalkea justo cuando menos pienso en ella. El segundo recuerdo es feliz y huele a tripa cruda, a carbón y a pasto cortado, a agua con cloro y sol en los frutales.
En el presente soy yo en medio del pasillo gigante de una fábrica cuadrada donde por suerte nadie está circulando. Soy yo y la cara deformada por el llanto que mis manos secan furiosas mientras camino de regreso a mi puesto de trabajo.
Suena de fondo Julieta Venegas y lo único que puedo escuchar es el estribillo que se repite deforme "di-me-si... quisieras sangrar conmigo ooo, oooooohhh, cuéntame si quisieras sangrar conmigooo".
Quisieras. Sangrar. Conmigo.
Sangrar. Sangrar. Sangrar conmigo.
Ojos claros al cielo, apagados para siempre.
Morir sangrando, morir matando.
1 comentario:
Uy!
Bueno...te dejo un beso grande...
No sé qué más decirte.
Otro beso.
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