Estoy en contra del aborto.
Lo digo ahora mismo para que se entienda y para que se enteren los que nunca preguntaron sobre el tema. No me parece sano para la mujer que aborta ni ético para con la criatura que viene al mundo sin haberlo siquiera pedido. El solo hecho de poner en riesgo las vidas de esa relación simbiótica madre-hijo me toca la más íntima de las fibras.
La violencia y el crimen me espantan, más cuanto más cercanos. Como a todos. Entonces, soy de las que piensan que en la medida de lo posible habría que tener a la criatura y darla en adopción, en caso de no poder o no querer hacerse cargo. Pero insisto en que esta es mi postura personal. Esta soy yo, diciendo qué haría yo, o en todo caso alguien en una situación similar a la mía.
La cuestión es sencilla: el aborto existe.
El aborto está.
El aborto se realiza en cientos de lugares en todo el país, fuera del arbitrio de la ley, causando miles de complicaciones y miles de muertes anuales (incluyo aquí a los bebés nonatos).
El aborto continuará existiendo aunque la Iglesia Católica o cualquier otra Iglesia, religión, culto o tendencia moral/política se opongan a su existencia. Es absurdo decir que uno se opone a la existencia de algo que ya está, pensando que la suma de oposiciones hace que esta situación desaparezca, se evapore. ¿Acaso la penalización del aborto ha disminuido un ápice el número de abortos? Está claro que no.
El aborto es el punto culminante de una forma de violencia que se me ocurre terrible por varios motivos, porque es una violencia de múltiples vías. Violencia contra el ser indefenso, última (aunque no única) víctima de la cadena de sucesos que lleva al aborto. Violencia contra la madre, cuyo cuerpo desgarrado por dentro queda, aunque no se vea, marcado para siempre. Más violencia contra la madre por la decisión tomada. Violencia previa contra una mujer que no ha sabido, no ha podido o no ha querido no embarazarse, pero que está segura de que ese embarazo no puede continuar. ¿Quién puede cuestionar sus motivos, sus lágrimas o su convicción? Y sin embargo, sólo por el hecho de abortar, son discriminadas y maltratadas. Esto sin contar la profunda huella psicológica que deja en una mujer la interrupción de un embarazo.
Vale la pena contarles ahora la historia de Carme y de Dorita antes de seguir. Los nombres fueron cambiados, pero lo que escribo aquí me lo contaron ellas mismas. Todo es verdad.
Carme se casó joven y enamorada con su primer novio, que también fue su primer y único hombre. Vivieron juntos, noviazgo y matrimonio, durante algo más de treinta y cinco años. Tuvieron dos hijos, el segundo de los cuales casi le causa la muerte a Carme. A partir de ese momento, el médico familiar les advirtió que debían cuidarse de futuros embarazos, porque no garantizaba la supervivencia de ninguno de los dos (madre e hijo).
Sea que Carme no tuviera la posibilidad o las ganas de acudir a un sistema eficaz de anticoncepción, su fertilidad desafió cualquier intento y quedó embarazada dos veces más, en un lapso de diez años. El mismo médico amigo fue quien evaluó y guió a la pareja en el proceso de suspensión de los dos embarazos. A sus setenta y cinco años, Carme sigue pensando que fue la mejor decisión que pudieron tomar. Actualmente es abuela, es viuda y extraña a su marido todos los días. De los bebés que pudieron ser no habla, fuera de la anécdota puntual.
Dorita se casó de apuro a los dieciséis años, víctima de circunstancias ajenas: su hermana quedó deshonrada la primera noche que salieron de baile juntas, y ella pagó el pato por haberla acompañado al baile. "Yo todavía era tan chica, todavía necesitaba tanto a mi mamá" me dice con su voz de pajarito, que los setenta años transcurridos no alteraron ni un poco. La veo tan menuda como debe haber sido. Me imagino al hombre que eligieron para ella, un tano grandote, mujeriego y bailarín que le llevaba diez años y, por supuesto, ya tenía toda la experiencia. Un hombre explosivo "pero bueno", cuya familia había decidido que tenía que sentar cabeza. Así que Dorita se casó con él. Pero el Tano no quería saber nada de regirse por el almanaque, no quería excusas de cansancio ni dolores de cabeza.
Muy rápido llegaron los hijos, y con ellos la estrechez económica. Dorita, que ni siquiera pudo terminar el colegio, tuvo que salir a trabajar porque con el sueldo del marido no alcanzaba. El Tano agachó la cabeza, pero no perdía ocasión de aparecérsele por el dispensario a hacerle auténticas escenas de celos. Es que en los años '40 no era común que una mujer saliera a trabajar, y menos la mujer de un tipo tan machista y celoso como el Tano. Aunque él nunca le pegó ni la maltrató, Dorita tenía terror de sus arranques y hacía cualquier cosa por aplacarlo. Nunca se le negó en la cama, aunque ya habían hablado de no tener más hijos. Entonces, lo inevitable sucedió: ella quedó embarazada una y otra vez.
Una y otra vez, dice. No se acuerda si fueron cinco o seis, o más. Se queda en suspenso mirando el techo, los ojos enormes empañados. Sacude la cabeza con gesto resignado, de "qué macana, no". Es que había que hacerlo, pero si el Tano se enteraba... Entonces recurrió a una enfermera amiga que le hizo el favor y la atendió lo mejor posible, hasta que el cuerpo dijo basta, aquí no entra nada más, de aquí no sale nada más. Fue un alivio pensar que ya no habría que preocuparse por eso. Pero Dorita nunca superó el trauma de esas experiencias. "Todos esos bebés que no tenían la culpa" dice. A veces llora. "Todavía sueño con bebés, casi todas las noches. Son mis bebés. Les pido perdón pero ellos no dicen nada, solamente me miran".
Ellas tuvieron suerte de no pagar con su vida el precio de la decisión. A las otras miles de historias, las anónimas, no puedo más que imaginarlas. No hay mujeres para contarlas, ni familiares que te digan "se murió por un aborto mal hecho". Es una vergüenza o un dolor muy grande, a veces ni siquiera en ese orden. A veces es solamente la vergüenza la que frena la lengua. Y en el silencio crece la violencia.
Según estudios realizados por distintas organizaciones, en Argentina, las muertes a consecuencia de abortos mal realizados constituyen la primera causa de muerte materna.
Pónganse a imaginar ahora mismo a todas las mujeres que conocen. Yo puedo imaginar a Carme y a Dorita entre ellas. Ochenta y dos madres cada cien mil nacidos vivos son las que mueren. Pónganles caras conocidas a todas ellas. Cuenten ochenta y dos mujeres caminando por la calle de camino a su trabajo, y piensen.
Supongamos que la cifra es exagerada. Supongamos. La mitad, la cuarta parte de esa cifra ya sería escandalosa. Se habla de medio millón de solicitudes o intentos de aborto por año en Argentina. Supongamos que fueran cien mil. Supongamos que fueran treinta mil. ¿Cuál es el punto? ¿Reducir las muertes? El objetivo debería ser cero, y punto. Reducción a cero de las muertes, o al menos del riesgo de muerte. Dada la circunstancia y la inevitabilidad de la realización de un aborto, hay que desplegar una serie de garantías mínimas que hagan más plausible ese objetivo.
Asimismo, tiene que cortarse de una vez el enorme negocio montado detrás de las redes de aborto clandestino. Sobre todo las más inseguras, aquellas que por quinientos pesos realizan una mala intervención a una adolescente de bajos recursos cuya vida o muerte no le importa a nadie, sólo a los fines de la indignación.
Porque estoy en contra de llegar al aborto como solución, quiero (exijo) que se regule el aborto de una buena vez por todas.
Porque más allá de mi personalísima visión del tema o de mi decisión irreductible de traer al mundo a una criatura que no busco o no deseé, tiene que terminar tanta muerte. La cadena de violencia tiene que cortarse por algún lado.
Y ya que las políticas de salud reproductiva no son suficientes (por desidia, por mala implementación de lo que ya está o por impracticabilidad de la misma según áreas puntuales de la población - aquellas más carentes de lo básico-), es deber del Estado garantizar una opción de interrupción de embarazo segura para estas miles de mujeres en situación desesperante.
Esto no les exime de continuar implementando y mejorando la Ley de salud reproductiva que se sancionó en 2003, con décadas de atraso: el problema ya está arraigado en esta sociedad pauperizada, polarizada educativa y económicamente. Pero eso no es excusa para no hacer nada.
Que se entienda que estoy en contra del aborto pero no voy a juzgar jamás a una mujer por tomar la decisión de hacerlo. Ni por reclamar el derecho a no morir en este intento.
Antes bien, me abrazaré a ella como si fuera mi hermana y la sostendré en su reclamo. Prefiero creer en su convicción y sus intenciones a juzgarla y maltratarla por una decisión que es suya y sólo suya.
Para leer hoy:
- Suplemento Las 12. Diario Página/12
- Artículo "Argentina: ¿Por qué hay tantas muertes por aborto?". BBC Mundo (tiene vínculos relacionados a la derecha de la página que conviene consultar también)
- Síntesis de la historia legislativa del aborto en Argentina.
- En Wikipedia: Aborto en Argentina, breve historia y antecedentes inmediatos.
- En Pensar.org: "Aborto: una contribución al debate en Argentina". Cuestiona los datos vigentes y la real incidencia del aborto en las tasas de mortandad femenina, en ocasión del debate que se dio en 2007 con las declaraciones de Ginés González García. Para que puedan leer otro punto de vista.
- Carmen Argibay en 2009, también sobre el aborto.
Se agradece cualquier contribución que quieran dejar en los comentarios.
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Qué cosa es el amor,
medio pariente del dolor,
que a ti y a mí no nos tocó,
que no ha sabido, ni ha querido, ni ha podido.Por eso no estás conmigo,
por eso... no estoy contigo.
(Liliana Felipe, "A nadie")