domingo, septiembre 26, 2010

En las alas de la madrugada

Las personas ansiosas e impacientes no nos llevamos bien con la rutina. Si a eso sumamos cuotitas de excentricidad y una angurria de vivir todo al mismo tiempo, a veces se desatan reacciones en cadena que terminan en enfermedades varias (gastrointestinales, musculares, nerviosas). Usualmente, me pegó por el lado del insomnio y desde mi más tierna infancia hasta que terminé de cursar no hice otra cosa que contar ovejas, estrujando sábanas y dando vueltas como leona enjaulada cuando la madrugada había avanzado tanto que no valía la pena arriesgar el pellejo en una caminata agotadora.

Por suerte apareció esta mujer mientras buscaba una canción que me había gustado mucho (Ever so lonely) y haciendo uso de una banda ancha ajena, me bajé este disco suyo que contribuyó en gran medida a relajar mis noches pasada de mate, de trabajo en McD y de estudio feroz.


Pasaron los años, pasó el insomnio y llegaron algunas cuestiones más importantes y demandantes que atender. Ya no era una estudiante, y aunque la experiencia gasolera me había enseñado los rudimentos de la supervivencia, nada me preparó para el desembarco en Buenos Aires. Ciudad caníbal con la que sólo me reconcilié cuando un ex-porteño se apareció en mi vida para darle un sentido distinto (y tres cambios menos) a esto de vivir sola y acelerada.

Desde entonces, no he tenido problemas de sueño (aunque los años de descuidos no dejan de hacerse notar cada vez que me paso de rosca con las actividades) y aprendí a relajarme. A veces demasiado, como puedo advertir cada vez que miro a mi alrededor y descubro lo que no hice cuando debía y que ahora me da fiaca. Pilas de libros, de cd's y de ropa acomodados con apuro, desmañadamente, en cualquier silla o rincón. Platos y cubiertos que nunca se guardan en la alacena y que duermen la siesta en el secaplatos, listos para la próxima comida. Todo limpio, pero a mano; pensado para no perder el tiempo revolviendo. Y a la tardecita no es raro que estemos dándole codazos al afinador de la Fender o al capodastro para hacerle lugar a los vasos, porque tampoco es raro que las ganas de comer nos agarren ensayando una canción.

Parte de las ansiedades de esta altura del año tienen que ver con este espacio que se ha vuelto mínimo y con la inminencia de un cambio. Este imperceptible tic en el ojo izquierdo, las largas listas con teléfonos, presupuestos, pendientes para antes de fin de año (que está tan cerca, ¡tan cerca!), números que cierran a duras penas, espaldas fatigadas y corridas me traen el recuerdo de aquellas otras noches.

Qué chiquitas parecen aquellas preocupaciones comparadas con las actuales. Pero como nada pasa porque sí y la experiencia siempre sirve de algo, las ahuyento de la misma manera: música tranquila, aromas suaves, un té caliente. Y palabras.
Esta receta infalible me ayuda a acomodarme entre las alas de la madrugada y llegar a buen puerto lo más descansada posible. Lista para el desafío cotidiano y para el presente que hilvana mi futuro, todos estos proyectos hermosos que se van concretando. Libre de miedos y de incertidumbres, con los ojos del asombro bien abiertos, la ansiedad convertida en el mejor combustible para la aventura.

1 comentario:

Estar latiendo dijo...

Querida amiga:
cuando las palabras identifican tanto –sobre todo en lo referente a ansiedades, corridas e insomnios–, no hay mucho que agregar.
bah, sí, marche un abrazo:

Ju