Hace cuatro años escuché por primera vez esta canción y me enamoré perdidamente de la voz de Regina Spektor. Desde la portada de "Begin to Hope" (el segundo disco que llegó a mi compu), una chica de aspecto adolescente y boca grande me invitó a recorrer un camino que ya no abandonaría más.
Es difícil amar la música, haber cantado toda la vida y encontrarte de golpe con un monstruo como Regina. Es desalentador y tortuoso, y a la vez es un milagro. Que apareciera justo en ese momento de mi vida fue como salir de una pileta de barro para zambullirme en pleno océano. Por esa época también me enamoraban otras vocalistas asombrosas, pero ninguna me provocaba esa sensación de infarto. Escuchar a Regina significaba muchas veces contener la respiración durante un rato larguísimo o quedarme después mirando el techo sin saber qué fuerza me pasó por encima.
Desde ese día no hice más que esperar y rogar por el milagro posible que la trajera a Argentina. No éramos pocos los reginómanos. De alguna forma, el occiso blog Esquizofónico fue testigo de la esparción del virus entre propios y ajenos; a partir de ahí me llegaron "Mary Ann meets the Gravediggers", "11.11", "Soviet Kitsch" y finalmente "Far".
La escucha compartida nos dejaba en estado de gracia. A la distancia, en aquella nuestra primera primavera, volaron canciones como "Samson", "Love Affair" y "Fidelity". Dos de ellas nos encontraron abrazados anoche, agradecidos por tanto milagro. Milagro de estar juntos escuchando en vivo, para testificar de paso que esa voz es de verdad.
Regina fue precisa, perfecta como un reloj suizo, y aún así se dio el margen de una cordialidad que tenía poco ensayo. Sus músicos, ajustados a ella como un guante en "On the Radio", "Eet" y "Better" (entre tantas otras), la dejaron sola en el último tercio del programa para que pudiera emocionarnos con una guitarra en "That time", que fue el tiempo de tantas de nosotras (freeeeeeeaaaakies), con sus teclados en "Dance Anthem of the '80's" e incluso a capella.
Y cuando alguien le acercó otra silla al piano nos quedamos pensando quién sería el fantasma capaz de compartir con ella el espacio íntimo de los marfiles blancos y negros. La respuesta sería "nadie". O más bien, ella misma desdoblada en un prodigio imposible de coordinación caprichosa: mano izquierda ejecutora de notas, mano derecha haciendo percusión con una baqueta en la silla a su lado, y su increíble voz que jamás pierde una nota.
Allí recordé lo que más me gusta de Regina, un mes mayor que yo en el almanaque y lejanísima en geografías, pero que en ese momento, cuatro minutos comprimidos, fue más cercana para mí que mi propia familia: su capacidad infinita de juego, el goce de las armonías y las notas, el mundo de afuera envuelto en la música que nace del vientre, del pecho mismo. La música que la acunó de niña y que ella reinventó con la obsesión genial de los monstruos sagrados.
Llegó el final y tuve que agarrarme de tus manos más de una vez. Mis lágrimas escandalosas y toda mi alma cantándote "Us" sin mover los labios. Otra vez sin aliento, pero sin mirar el techo, sino ese escenario vestido de estrellas, piano y violines. Y un baterista increíble: hay que decirlo.
Te queremos de regreso, Regina. No dejes de volver.
4 comentarios:
Ahora me dan muchísimas más ganas de haber estado ahí!!
que ganas, que ganas. Ojlá vuelva! Pronto! Rápido! Ya!
Desde el lejano campo, con amor.
Acabo de terminar de leerte con piel de gallina doble, por el texto y por la música.
Apapacho enorme, amiga y espero que estés bien :)
Ju
qué maravilla!!!
Hoy la descubro gracias a vos y me voy gratamente complacida.
Te invito a pasar por mi casita virtual cuando gustes.
Saludos
Me cuesta escribir sobre Regina. Es la primera vez que lo hago, después de haberlo pensado durante mucho tiempo desde el recital del jueves siete. Me encantó lo que leí acá, coincido en muchos sentimientos, así que suelto los dedos para que hagan lo que se les ocurra de aquí en adelante.
Estuve toda la noche sentadito en la tercera fila, petrificado, mirándola y escuchándola. Nunca me conmoví tanto en un recital. La pausa justa que hace en Folding Chair, después de decir "don't make frowns, you silly clown", me terminó de quebrar.
Cuando terminó el recital sentí una mezcla de felicidad y vacío, por haberla tenido tan cerca fugazmente. Se me pasó rapidísimo todo el show y hubiese querido que toque doscientas horas más. Al otro día ya la estaba extrañando, como a alguien a quien querés mucho y se va lejos por un tiempo, aunque sabés que va a volver.
"Le voy a gritar que la quiero en ruso", le decía a mis amigos cuando me enteré que venía. "No, mejor voy a escribirle una carta, hago un avioncito de papel y se la tiro al escenario", eso pensaba yo unos días antes del show, algo que jamás salió de mi mente para que otro ser humano lo sepa, hasta este momento. No me aprendí la frase en ruso ni hice el avioncito, de todos modos, hubiesen sido inútiles. No pude hacer otra cosa que admirarla. No quise hacer otra cosa. Me dieron una cámara de fotos hermosa para que la retrate, pero no la usé. No hacía falta.
Extraño a Regina...
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