Hoy fui al cine a ver "Viudas", de Marcos Carnevale. No voy a hacer la crítica formal aquí (para eso tenemos la otra web), pero sí necesito escribir un poco las cuestiones que la película movilizó en mí.
Cuando Adela, el personaje de Valeria Bertucelli, llora su angustia irreprimible frente a Elena (Graciela Borges), yo le creo. Cualquiera que haya llorado con esa angustia, entre espasmos, apretando los puños y sintiendo que el aire se escapa del pecho como si algo ahí afuera lo aspirase, va a entender qué pasa por la cabeza de esta "viuda" tan atípica que llora a su amante como si hubiera perdido a la mitad de sí misma.
En cierto momento anecdótico de la película (un momento borgeano, historia dentro de la historia), una mujer que mira a la cámara de forma sesgada y triste rememora que existe una maldición árabe que se lanza a quien te haya hecho mucho daño. La maldición reza: ojalá te enamores. Y claro. El que amó y subió, eventualmente perdió y bajó; esa persona lo sabe.
Quien no lo sabe, es porque no ha experimentado ninguna variante del amor.
Porque el amor te eleva, y también te sepulta. Subir por obra y gracia del amor implica, inevitablemente, un descenso al infierno cuando el amor se acaba. Por obra de los años, del desengaño, del pasaje de un objeto del afecto al otro... El Amor como entelequia puede ser hermoso, eterno, incluso trascender a las personas que lo experimentan. Pero es eso, apenas... una entelequia, un ideal abstracto en qué creer. Es esa clase de Amor que, según cuenta la leyenda, puede unirse a una suerte de simpatía cósmica que sobrevuela todo y se replica en personas muy distantes unas de otras, como me pasa con la Madre Universo.
Pero el amor que siente un hombre por una mujer (o por más de una); el amor de una mujer a un hombre (o más de uno); el amor de los padres por sus hijos, el amor fraterno, el amor entrañable y maravilloso que une a los amigos y que puede ser más fuerte que la sangre... Ese amor tiene fecha de caducidad. Lo querramos o no. Alguien se va y desgarra al otro, lo separa de sí, lo deja vacío. O demasiado colmado, con una energía que se derrama en el vacío, sin recipiente que la contenga.
Y el dolor puede volvernos locos. Puede matarnos.
Quedan los recuerdos, por supuesto. Quedan huellas, porque un amor fuerte marca no sólo a quienes lo viven, sino a su entorno. Quedan frutos visibles o invisibles del amor que ha pasado, como sucedáneos modestos (sombras en la cueva), pero esa energía se malogra para siempre. Si yo leo los diarios de Sylvia Plath, la autobiografía de Isadora Duncan o innumerables y hasta legendarias cartas de amor, puedo experimentar la misma emoción que me genera una obra de ficción pura como "Cumbres Borrascosas" (cuya autora, Emily Brontë, rara vez traspuso las puertas de su casa y se desconoce si alguna vez tuvo siquiera un interés masculino). Hay esa profunda huella de una emoción genuina, pero uno (espectador, lector, testigo indirecto y tardío) siempre se queda con la impresión de haberse perdido de algo increíblemente puro, tan fugaz como este mismo instante.
Ser testigos del amor es un momento mágico. Ser protagonistas del amor es muchísimo mejor. Vale la pena arriesgarse a la tortura de la pérdida por semejante regalo.
(A todos aquellos amores que han marcado mi vida... gracias.)
Pero el amor que siente un hombre por una mujer (o por más de una); el amor de una mujer a un hombre (o más de uno); el amor de los padres por sus hijos, el amor fraterno, el amor entrañable y maravilloso que une a los amigos y que puede ser más fuerte que la sangre... Ese amor tiene fecha de caducidad. Lo querramos o no. Alguien se va y desgarra al otro, lo separa de sí, lo deja vacío. O demasiado colmado, con una energía que se derrama en el vacío, sin recipiente que la contenga.
Y el dolor puede volvernos locos. Puede matarnos.
Quedan los recuerdos, por supuesto. Quedan huellas, porque un amor fuerte marca no sólo a quienes lo viven, sino a su entorno. Quedan frutos visibles o invisibles del amor que ha pasado, como sucedáneos modestos (sombras en la cueva), pero esa energía se malogra para siempre. Si yo leo los diarios de Sylvia Plath, la autobiografía de Isadora Duncan o innumerables y hasta legendarias cartas de amor, puedo experimentar la misma emoción que me genera una obra de ficción pura como "Cumbres Borrascosas" (cuya autora, Emily Brontë, rara vez traspuso las puertas de su casa y se desconoce si alguna vez tuvo siquiera un interés masculino). Hay esa profunda huella de una emoción genuina, pero uno (espectador, lector, testigo indirecto y tardío) siempre se queda con la impresión de haberse perdido de algo increíblemente puro, tan fugaz como este mismo instante.
Ser testigos del amor es un momento mágico. Ser protagonistas del amor es muchísimo mejor. Vale la pena arriesgarse a la tortura de la pérdida por semejante regalo.
(A todos aquellos amores que han marcado mi vida... gracias.)
5 comentarios:
Como bien dijiste, el amor se manifiesta de diferentes maneras. En una época entraba en el debate generado por la pérdida del amor. La famosa "es mejor haber amado y perdido que nunca haber amado", o la disyuntiva entre el ser amado que te deja en banda y le importa un pito lo que te pase o el que se muere y te amó hasta el último segundo. Pero hace tiempo que sostengo que el amor puro es ese que sentimos sin esperar nada a cambio (ni siquiera que ese ser también nos ame a nosotros). Ese amor nunca nos desilusiona. Eso sí, es más difícil encontrarlo que sacarse la lotería. Entonces, cuando el ser amado nos deja, no sufrimos tanto porque el amor es puro y se queda en nosotros.
No vi la peli y la verdad me da miedo mirarla. Siento que me produciría una gran frustración. No me gustaría estar en los zapatos de ninguna de esas dos señoras.
Gran post.
Gracias por pasarte, Lucy!!
Como buena enamorada de la Vida comparto tu idea de ese amor que podría decirse perenne. Y es muy posible que el sufrimiento derivado de esos amores sea de otra naturaleza, no el dolor descarnado que te descalabra quizá, sino algo diferente. De todos modos, yo apuntaba a un estadío que podría decirse "perfecto" del amor, ese en el que las personas involucradas "son" equilibrio. La magia de los momentos donde ese equilibrio aflora es la que trasciende a los involucrados, y la primera que se pierde en su forma más pura cuando la "situación-amor" termina, sea por la causa que sea.
Ha sido un gusto, como siempre, leerte por acá. Yo quizá no comento mucho, pero sabé que tengo muy presente tu rinconcito del lago :-)
Ay querida amiga... Termino de leer este post con un hilo de suspiro (y conociéndome como me conocés, sabés lo genuino de esto), no solo por tu magistral forma de escribir (envy!!!), sino, también, por el tema.
Acuerdo en que el amor, lo que claramente nos mueve, de una manera u otra, es algo complejo, pero maravilloso.
Es la razón de nuestro ser. La mirada del otro (ser elegido por ese) es nuestro motor y creo que de ahí surgen tantos traumas y tantas algarabías...
El amor tiene dos caras (¿ese era el título traducido de una peli?), esa es una certeza...
Abrazo más que enorme:
Ju
VI LA PELI, ME ENCANTÓ LA MALDICIÓN ÁRABE, EN LA PARTE QUE ADELA ESTÁ EN UNA CLASE EN LA FACULTAD, EL PROFESOR RECOMIENDA UN LIBRO Y A SU AUTOR!!!NO PUEDO RECORDARLO!! ESTARIA MUY AGRADECIDA SI ALGUIEN ME AYUDA. GRACIAS!
“Las penas del joven Werther” de Johann Wolfgang von Goethe es el libro que le recomienda el profesor.
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