sábado, agosto 24, 2013

Lo indestructible

Pocas veces enferma. Ninguna quebrada, ninguna internación u operación en mi historial. Crónicas: alergias estacionales, lumbalgia, astigmatismo y miopía. Algún que otro desorden de alimentación, psicológico, ambos. Inestabilidad emocional, altísima permeabilidad al entorno. Lo que no me mata me hace más extraña. Esto que parece una bio de las más idiotas que se puedan encontrar en cualquier red social no define mi resistencia a la vida y sus circuitos, no define mis incapacidades ni mi carencia. Es la enumeración de algo que tengo que no es totalmente yo pero que a veces toma mi lugar como máscara de carnaval y se me parece lo bastante para no levantar sospechas. 
Soy la queja aunque no tenga verdaderos motivos para quejarme. En realidad, pocas cosas me importan o me afectan. Cuando algo me molesta en el pecho, el lugar donde se supone la mente-alma concentra la emoción, le doy vueltas y vueltas hasta que encuentro las palabras justas para sacármelo de encima. Porque, como la inmensa mayoría de los seres vivos, no quiero sufrir. No de ahí, por lo menos, no de "eso". Libero, liberándome. 
Mi núcleo de metal caliente, fuerza centrífuga pura, te llamo mi corazón para distinguirte de otras llamas vivas. Olés a carbón y a industria pero los dos sabemos que tu sustrato es orgánico. La mierda que arrastramos y transformás en combustible. Eso sos. Tan fuerte que me hiciste creer, muy convencida y desafío a quien se anime a contradecirme, que soy indestructible. Tan frágil que cualquier alteración de ese sistema vivo que te envuelve puede matarte. Llevo años destruyendo mis neuronas, poniendo a prueba mi propia fe, estirando los límites. Un filo me rasga la piel y ese corte cicatriza ante mis ojos, pero un resfrío me desmaya en la cama y a veces un "cric" en las vértebras sacras me deja inmóvil durante horas, pensando que no me voy a volver a mover como antes nunca más, cómo hasta hace un rato yo era baile y caminatas incansables y ahora no puedo girar el cuello sin que me duela hasta la punta del dedo gordo del pie. 
Lo que mueve este mundo está tan a la vista que la humanidad le camina por encima sin verlo y así van también ignorando su propia indestructibilidad, su capacidad para la destrucción. Abombados, distraídos con la tele y todo lo que hay para consumir o codiciar. O sufriendo, relegados, afuera de todo. Mundos que no se tocan, el de los de adentro y los de afuera. Es el mismo. Básicamente somos todos la misma máquina. El mismo organismo. Demasiado pagados de nuestra propia importancia para comprender que si los otros eslabones nos sueltan, no somos nada. En realidad, menos que nada. 
El núcleo centrífugo que me mueve gira. Le pasan cosas. Mientras el movimiento continúe se podrá decir que mi fe tiene un por qué lógico: seré indestructible. 
Lo indestructible es lo dinámico, la capacidad de moverse; el resto es nada. Como la Naturaleza se mueve desde que el big bang y la concha de la lora. Veo moverse el mundo de adentro, el de los afortunados. Me sorprende, con bastante violencia, cuántos de ellos en realidad están muertos o casi muertos, confundiendo el movimiento con una rueda de hámster o una cinta de ejercicio. Pilas para la Matrix. Al final estamos muertos y vamos hacia la muerte, dirán los resignados. Pero sabés qué, yo estoy viva, porque lo elijo con mi responsabilidad irresponsable, porque me hago cargo aunque a veces duela, porque esta pústula en realidad es una tuerca intrusa en la maquinaria, una mala hierba en mi ecosistema. Ni más ni menos, y tiene cura y tiene arreglo. Lo irremediable es flotar quieto hacia la muerte, no recibirla con naturalidad cuando se produzca pero viviendo intensamente hasta entonces, sin rencor y sin arrepentimientos. Solos al final, porque la cadena nos sacrificará para seguir unida, una tercera vida que es todo lo que conocerán nuestros restos.
Hasta entonces: pensarse eternos, vivir como mariposas. 
Intensamente. Indestructibles.




sábado, agosto 17, 2013

El camino de Tánatos.

Volcada hacia adelante, mirando la pantalla, me pregunto por un momento ¿qué es real? ¿dónde estoy? ¿cómo llegué hasta aquí? El camino está lleno de noches huecas, agujeros negros de la memoria donde cada tanto aparece un recuerdo. Codos en las rodillas, la frente entre las manos, mirando fijamente la esquina inferior derecha de un rincón de un baño anónimo, afuera el ruido fuerte de la música y las risas y golpes que hacen vibrar la puerta. La boca entreabierta hasta sentir que se reseca la lengua, los ojos doloridos de tan fijos, pierdo la noción del tiempo hasta para acordarme de parpadear. Y eso es sólo el alcohol y un poco de depresión, por qué no. Quiero hacerme pequeña y desaparecer, hundirme en la bañera mientras siguen desfilando los borrachos de esta fiesta o los ansiosos que no pudieron esperar a salir para tener sexo. Sólo percibo los sonidos porque estoy hecha un ovillo de cara a la pared, ausente. Estoy y no estoy. Ya fue mi momento, en otros lugares, en otras fiestas. Otras personas, mi inquietud no era la misma, salía sonriendo, veía el amanecer con las piernas colgando de la baranda de algún balcón y segura (segurísima) de que no me iba a caer jamás.
Muchas manos extendidas para tocarme y ninguna hace blanco a menos que yo quiera, siempre es bueno tener la carta del loco para jugarla y que te dejen en paz. Gringa áspera y deprimida en medio de la alegría de todos, casi siempre mal vestida, capaz de bailar y saltar durante horas para después desaparecer en un rincón con la tripa dada vuelta y deseando que la teletransportación exista. Durmiendo en colectivos y en andenes. Caminando un enojo de madrugadas por la zona roja platense, compartiendo el frío en un tren de medianoche con niños que usan el vagón de casa, ida y vuelta desde Capital hasta provincia; todavía no eran chicos del poxi, del paco, por suerte y quién sabe dónde estarán ahora, si vivieron o murieron. 
Yo viví, mal que bien me sobrepuse y seguí moviéndome a través de la gelatina de los días, de la telaraña pastosa de los malos pensamientos. No aquellos que mamá enseñaba a evitar a fuerza de rezos, esos eran buenos al final: los de verdad malos, los que te pueden torcer la vida. Ay, las trampas de la mente, la relatividad de los problemas, mis granitos de arena en el desierto del todo, tan chiquitos y capaces de aplastar edificios, de horadar el titanio. 
Noches de plegar las piernas bajo el cuerpo hasta que la sangre paraba de circular y había que ponerse de pie como fuera para salir a la calle. Sentir que en cualquier momento te van a fallar la conciencia o la cordura o las dos juntas. Buscar un rostro conocido en medio de tantos maniquíes de ocasión para avisarle, superada, que ya me vuelvo a casa "pero cómo, ¿caminando? ¿sola?" y reírme como si no me doliera todo por dentro, como si no estuviera muerta de miedo o destruída. Y saludar de espaldas sacudiendo la mano desmayada, salir por fin por fin POR FIN a la noche piadosa, el único lugar donde me sentía acompañada, justo yo que de tan diurna ya me había acostumbrado a caminar escuchando nada más que las voces dentro de mi cabeza.