Querría haber sido normal más que ninguna otra cosa. A la gente normal les pasan cosas tranquilas, habituales, seguras. Eso creía. Después me di cuenta de que la normalidad apestaba. Que afuera estaba lleno de egomaníacas como yo que se sentían especiales igual que yo, y que esa era la normalidad de la que realmente quería escaparme. Mi verdadero deseo era desencajar, no volver a pertenecer a ningún lugar, a ningún ghetto, a ninguna omertá. Nunca más un clan, del tipo que fuera. Ni siquiera el de las mujeres especiales llamadas a algo.
Yo quería escribir y empecé a escribir, y a medida que crecía, más se despegaba esa escritura de las formas habituales, más se alejaba de aquellos referentes que me habían inspirado en un principio. Llegó internet y el boom de los foros y redes sociales me ayudó a afianzar esa decisión de volverme outsider, de una vez y para siempre. Los perdedores como yo eran legión; las mujeres de carácter se volvieron trendy. Internet dotó de máscaras de fuerza a todos los inseguros del mundo. ¿Qué iba a hacer yo con todas mis certezas y con todo lo que aprendí a fuerza de escribir y equivocarme, de leer y amargarme porque ya no había más nada que decir? A partir del surgimiento de la era de los raros, nada lo era. Fue liberador, pero profundamente traumático también.
Ya no era especial, nunca más lo sería. Salvo para mí misma.
No me interesan los circuitos ni la aprobación ajena. Muy en lo profundo, esa egomanía que nunca vencí (tampoco me interesa) me volvió áspera, intolerante. Estaba empezando a vivir dividida otra vez: una cara para la tribuna, sólo de vez en cuando alguna turbulencia que me revelaba entera, y después de ese impulso la profunda vergüenza de haber entregado al olvido inmediato de cien desconocidos una emoción valiosa, algo muy representativo de mí misma que nadie estaría en condiciones de valorar.
Ahora quiero escribir como me siento: convulsa, rumiante, introvertida; un volcán que prepara la erupción que cambiará la faz de la tierra. Como una fuerza de la naturaleza. Quiero escribir como revancha, eso es. Para enseñarles a los que saben cómo hacer todo que no hay reglas ni por qués. Que una puede haber nacido de culo y aún así ser un cero en el cero. Que te pueden gustar cosas contradictorias y banales, que podés sentirte monstruo y aún así tener instantes de profundo amor.
No hay reglas. No hay límite de tiempo. Ya no hay obstáculos al frente, y mis obsesiones ahora son mi fuerza. Me asumí, mostré mis cartas, mi cara sin photoshop, la fealdad de mis sentimientos. Estoy desnuda frente al mundo.
Todo lo que haga a partir de hoy es mi revancha. Mi carta definitiva de presentación al mundo. Necesito generar un espacio a empujones donde instalarme en paz y que nadie llegue hasta ahí. Espíen si quieren, pero sepan que el portazo expulsor está ahí nomás. No los soporto. No me interesan. En este mundo de cartón pintado elijo prescindir de la emoción y la empatía.
Estoy sola y desnuda en la oscuridad. Y nunca fui más libre ni más fuerte.