Mi cuerpo está cansado. Mi cabeza también. A veces no sé cuál de los dos cansancios tira más, pero le juego unas sotas a la cabeza. Después de todo y pese a la enorme ayuda que significó perder todo el sobrepeso que arrastraba hacía años, es verano: voy a sufrir el calor hasta el día que me muera, me revienta mucho más un día de calor que un día de limpieza. En cambio, la cabeza...
Cuerpo y mente concuerdan en una sola cosa en estos días: la nostalgia. Extrañar esos abrazos, aquellos momentos. Últimamente vivo de duelo en duelo, derrochando adioses que las muchas bienvenidas no llegan a compensar. Cada pieza de mi corazón que se pierde o cambia de sitio lo redefine todo. Todo. Por más que deje ciertas reflexiones para más tarde, los hechos (lo que es, en este momento: lo que está pasando) se imponen siempre en algún momento del día, usualmente el más inesperado. El más desequilibrante e inoportuno. Y tengo que apretar los dientes para no llorar, tengo que hacer fuerza para cambiar el carrete de película en mi cerebro. Tengo que tratar de poner en perspectiva todo lo que me pasa y vencer, todos los santos días, el impulso de hacer algo estúpido. Tengo que reírme o enojarme. Y todo es esfuerzo agotador que lastra mi energía.
No tengo quejas, sí preguntas. Muchas preguntas, las de siempre y las nuevas. A veces me frustro mirando al costado y pensando cómo hacen algunas personas para que todo les resbale, para engañarse de manera tal que siempre el otro tiene la culpa y, por ende, ellas no tienen que hacerse cargo de nada. El otro, fue. Yo no puedo hacer eso. Será mi premio o mi castigo, no puedo. No tiene que ver con ser mi propia verdugo; tiene que ver con la asunción de responsabilidades que me corren en este duelo que no puedo resolver ni siquiera para mí, pero que gustosa arreglaría para todos.
No sé cómo decirle a esta persona todo lo que la extraño, lo que la necesito. Lo fuerte que la abrazaría y el gusto con el que me quedaría a su lado a arreglarle la vida si pudiera. No puedo decírselo, lo mataría. Le haría más daño del que ya tiene encima. Entonces, dejo que el silencio y la represión me maten un poquito para compensar. Me acostumbro (o eso intento) a sentirme permanentemente incómoda. Los años me prepararon para hacerme una idea de lo que iba a ser este trance, pero no para la forma de mis pensamientos y mis emociones hoy. De alguna manera, al dejar de ser la que era cuando empecé a armar este rompecabezas mental (ese what if que el paso del tiempo iba volviendo más lejano y difuso) las cosas quedaron congeladas y mi movimiento hace que hoy las descubra grotescas.
Como si le estuviera pasando a otra persona. Como si las personas del cuadro fueran reflejos, sombras en la cueva. Como si la situación fuera ficción, volver a tener diez años y representar frente al espejo las cosas que haría y que diría si tuviera el valor, si me dieran la oportunidad.
Desarmada, cansada, con la guardia baja, vuelve la peor de las nostalgias. La más perversa de todas.
Porque no puedo (no debo) extrañar aquello que nos destruyó a todos.
Es que en el ayer estuvieron también tantas alegrías... La raíz de mis afectos reside allí. Mis afectos no han cambiado, aunque se hayan formado en un entorno enfermizo resultaron sanos y constructivos, con el paso del tiempo. Y la cabeza busca volver a ese momento (¿costumbre? ¿reflejo?) y automáticamente la regreso al presente para que no se distraiga.
Alerta, Cass, alerta siempre. Por el bien de nuestra alma.
Por la sana nostalgia.
Curá tu corazón, secá esas lágrimas.
Sigamos adelante.
El pasado pasó.
2 comentarios:
Leí esto con mi vieja, bah.. se lo leí en voz alta. dice que escribís hermoso, que escribís con elegancia... está bueno no? nunca había oído calificar así a un modo de escribir. Espero te saque una sonrisa.
De mi parte te digo FUERZA Cass, fuerza!
uau... y... gracias a las dos. :-)
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