martes, junio 12, 2012

Infanticidio

En medio del debate por el derecho de cada mujer a abortar, un debate que en este país tiene menos años (al menos, de ser tomado en cuenta como prioritario) que lo que llevamos de recuperada la democracia, nos atraviesa como un dardo lacerante, una y otra vez, el infanticidio cotidiano. Nos enteramos de Martín, de Tomás, de Candela, pero hay tantos más. Tantos más. Infinidades, y ya llevamos décadas de esto. Décadas.
Nos estamos volviendo una sociedad infanticida.
No voy a entrar en la pseudopolémica sofista de si el aborto es un hecho más o menos criminal que arrebatarle la vida a una criatura que ya tuvo oportunidad de transitar los primeros pasos de una vida socializada, culturizada. No voy a meterme en eso cuando ya dejé claras mis posturas al respecto. Hay un infanticidio urgente y cotidiano que me genera tanta alarma como el otro, quizá no tan espectacular en su desarrollo y presentación noticiosos, pero igualmente preocupante.
Cada vez que un niño cae en situación de calle, es infanticidio. Cada vez que se lo ignora o se lo invisibiliza, el niño muere. Peor aún: el niño es consciente de que lo están matando, de su estatus de zombie social, de indeseado. ¿Cómo crece de ahí en más un alma muerta?
¿Alguna vez se detuvieron a pensarlo? ¿Hicieron el esfuerzo de recordar cómo era ser niños, por un minuto, y pensar en esto que les estoy diciendo? Inténtenlo, por favor. A mí el sólo ejercicio me devasta, me aniquila.
Ni siquiera tenemos que hablar de niños que llegan a un mundo incapaz (por desabastecido, por sobresaturado o por falto de educación y planificación) de sostener sus necesidades básicas. Podemos hablar durante horas de los que llegan a un hogar bien constituído, es decir: niños deseados de hogares biparentales heterosexuales con un pasar económico que les permite sostener la familia y proporcionarle al niño una correcta inserción sociocultural. Este niño, imagínese como "ideal de niño" al que no le falta nada, que lo tiene todo, es el que presenta a la larga mayores problemas si es sometido durante su período de formación a procesos inductivo-conductivos dañinos para su autoestima, a estímulos que anulan su desarrollo cognitivo natural o peor aún, a la indiferencia afectiva y formativa de su entorno inmediato. 
No requiere más que unos minutos pensar en todos los niños a quienes conocen. En todos los padres a los que conocen. 
Mientras haya un padre que ridiculice de manera sistemática a su hijo en público, que minimice sus necesidades, que no se conmueva por las lágrimas contenidas e incluso reclame esa represión pavloviana,  tendremos una sociedad infanticida.
Mientras haya un padre que exija de su hijo una reacción proactiva ante la reprimenda de un maestro o de un par, al mismo tiempo que exige una reacción de pasividad o sumisión ante la agresión propia ("no dejes que nadie te pise la cabeza / te pase por arriba", "ves que sos un inútil": el estilo complaciente-agresivo del psicópata moral para minar la autoestima es dañino de una forma eficaz e irreversible durante la infancia, justamente), seremos una sociedad infanticida. 
Mientras haya un niño indeseado en nuestras calles, expulsado de su casa como si fuera un cachorro que ya creció y "no hace gracia", estaremos asesinando niños. Mientras exista un adulto capaz de explotarlo en beneficio propio o de causarle dolor mirándolo a los ojos, seremos una sociedad infanticida. 
Mientras sigamos alimentando sus almas y cerebros de basura predigerida y afán consumista, ahogando su curiosidad innata con respuestas impacientes y vagas, excluyéndolos de una participación activa en su propia formación intelectual y emocional, habremos incurrido en el más imperdonable de los delitos. 
Si tenés un niño cerca (hijo, sobrino, nieto o amigo) y la posibilidad de un patio, una plaza, un espacio amplio, hoy te quiero proponer un ejercicio. No le des juguetes, no lo lleves a un shopping, no lo secundes como si fueras su par. Dejalo solo en ese espacio amplio y sentate a tomar unos mates mientras lo observás.  Dejalo que se aburra, que no sepa qué hacer. Quizá haga algún berrinche. Y después (si es que no apareció otro niño con el que se enganche a jugar), proponele algo distinto: no sé, quizá sentarse en la arena o el pasto a contar historias, jugar a la payana, preguntas y respuestas, la rayuela... Cualquier cosa que le de a entender a ese niño que estás allí, aunque no le proveas de ningún confort. Sencillamente, pendiente de su necesidad momentánea. Disponible para lo que quiera saber. Sobre todo, no tengas miedo de hacer el ridículo
Cuando hayas hecho carne este ejercicio a fuerza de repetirlo, enseñale al mundo a escuchar a los niños y estimularlos. Acapará niños ajenos y dales un poco de esto que entendés, que aprendiste. Envenená a los chicos modernos de infancia vieja. 
Es poquito, ya sé. Pero si supieras que podés salvar a uno solo...




... no lo harías?


3 comentarios:

Arwenkina dijo...

Totalmente de acuerdo!!!!

Sabina dijo...

"Envenená a los chicos modernos de infancia viaja".
Siempre una frase de Cass me deja tecleando.
Estoy de acuerdo, y me alegra saber que no son tan pocos los que se aterran al ver un chico en la calle, un chico trabajando aunque más no sea limpiando parabrisas, un chico drogándose.

Hay una página de una ONG rosarina muy buena que se llama Pelota de Trapo.

Cassandra Cross dijo...

Arwen ^_^ (luv ya)
Sabi: deberíamos ser cada vez más esos pocos, justamente para que haya más y más niños "privilegiados", para que todos vuelvan a serlo. :-)

Gracias a ambas por pasar, por leer!